Aunque cuesta admitirlo, casi todos dedicamos mucha energía para proteger nuestro ego. Los humanos tenemos un impulso natural hacia el cambio; pero también tendemos a creer que hemos cambiado mucho en el pasado (normalmente a mejor) pero que no cambiaremos mucho más en el futuro. Esto nos impulsa de modo más o menos inconsciente a mostrar una fuerte y sólida respuesta reactiva para proteger la persona que creemos que somos. Para defender nuestra identidad, a nuestros ojos y a los ojos de los demás.
Bob Kegan y Lisa Lahey, profesores de Harvard, argumentan que esta protección es la principal fuente de energía desperdiciada en casi cualquier organización actual. Mostramos una contumaz tendencia natural para ‘preservar nuestra reputación, tratando de mostrar nuestra mejor versión, y ocultando a los demás (y a nosotros mismos) nuestras deficiencias, errores y limitaciones’.
Cuando tratamos de defender nuestro ego, en vez de crecer, cambiar y mejorar, mostramos un comportamiento disfuncional que no nos ayuda a prosperar en este mundo VUCA que está en constante surgimiento.
Así que, atrapado en tu identidad actual, en la persona que crees ser, no puedes convertirte en la persona que puedes llegar a ser.
Una de las más fascinantes trampas mentales es el modo en que nuestro ego nos atrapa y bloquea. Sin ser conscientes, por supuesto; esa es la gracia de la trampa.
Posiblemente, la trampa más fuerte es la que creamos por el personaje que mostrar ante nosotros mismos y ante los demás. Todos hemos cultivado una personalidad que nos sirve razonablemente. Todos hemos cambiado un montón a través de nuestra vida para crecer (madurar) y convertirnos en lo que somos ahora. Hemos llegado a algún lugar y, cada día, invertimos una enorme (e invisible) cantidad de energía mostrando ese personaje a los demás y defendiéndolo de daños potenciales.
Por supuesto, no lo hacemos conscientemente. Cuando vas a presentar un proyecto importante en tus oficinas centrales en otro país, nadie está pensando ‘tengo que proteger mi frágil ego’, sino que lo que pensamos es ‘tengo que mostrar a mi jefe y a su equipo que pueden confiar en mí y en nuestro proyecto’. Parte de este mecanismo de protección es pensar que estamos haciendo las cosas razonablemente bien y por una buena causa.
El profesor de ESADE, Jordi Quoidback, publicó en Science en 2013 un interesante artículo, The End of History Ilusion, donde mostraba cómo creamos una clara división entre nuestro ser presente y ya estable, y nuestro ser pasado, el cual estaba en evolución constante. Y esto ocurre para todo tipo de edades.
Estamos biológicamente cableados para creer que nuestros grandes cambios ya están detrás en nuestra vida. Muchos creen que ya no crecerán y cambiarán sustancialmente en el futuro. De nuevo, esto refuerza la tesis de que invertimos nuestra energía en proteger la persona que (creemos que) somos en vez de crecer hacia la persona que potencialmente podemos llegar a ser.
Proteger a la persona en la que nos hemos convertido deviene casi en un trabajo a tiempo completo. Una cantidad enorme de esfuerzo y de tiempo se dedica a protegernos de potenciales evidencias de que nuestras creencias son incorrectas; también invertimos esa energía en mostrar nuestra valía, en recibir de algún modo el amor/aprecio/reconocimiento de los demás, en demostrar que o bien somos los más inteligentes de la sala, o cuanto menos somos lo suficientemente inteligentes para merecer estar en esa sala.
Bob Kegan y Lisa Lahey lo expresan así de bien en su libro An Everyone Culture (2016):
‘In an ordinary organization, most people are doing a second job no one is paying them for it (…) most people are spending time and energy covering up their weaknesses, managing other people’s impressions of them, showing themselves to their best advantage, playing politics, hiding their inadequacies, hiding their uncertainties, hiding their limitations. Hiding.’
Y lo peor de ello, lo que hace que sea una trampa terrorífica, es que también nos ocultamos este esfuerzo a nosotros mismos. La mayor parte de las veces no nos damos cuenta de cuándo estamos protegiendo y defendiendo nuestro ego. En lugar de ello, tendemos a decir: ‘estamos siendo asertivos’, ‘no dejándonos arrollar’, ‘haciendo lo que hay que hacer’, ‘defendiendo a nuestro equipo’, ‘velando por el interés de la empresa’, o cualquier otra autojustificación más o menos inteligente (a menudo muy inteligente) que se nos ocurra.
El problema es que la mayoría de las personas no tiene un mapa sobre cómo es nuestro desarrollo interno como adultos; un mapa que nos muestre dónde hemos estado en el pasado y cómo podemos seguir avanzando, progresando, evolucionando. En ausencia de un mapa así, pensamos que allí donde estamos es el lugar adonde hemos llegado y tenemos que defender ese territorio (ese modo de ser) como sea. Pensamos que puliendo un poco aquí o allí arreglaremos o mejoraremos esas cosas que pueden resultar molestas.
Un directivo que tiene un problema de confianza, pues le ponemos un experto o coach en imagen personal, comunicación verbal y no verbal… Otro directivo que no acaba de ser promocionado a una posición más senior por su carácter duro, pues le ponemos un coach para que desarrolle su inteligencia emocional, desarrolle la empatía y conecte mejor con los demás… Estos enfoques, pudiendo ser útiles, se enfocan más en los síntomas y no en las causas subyacentes. El síntoma es cómo yo me muestro; la causa subyacente es cómo le doy sentido al mundo que me rodea, a las relaciones, a lo que es el éxito o ser un líder (lo que también se llama desarrollo vertical).
Las teorías del desarrollo de adultos (pura psicología evolutiva) nos ayudan a entender mejor cómo funcionamos en ese nivel más profundo (mindset) y a comprender en quién nos estamos convirtiendo o nos podemos convertir. Estos marcos nos muestran que en el tiempo que tenemos en este planeta no solo cambiamos nuestro aspecto físico, sino que también cambia la forma de nuestro estado mental y emocional, lo que podemos llamar ‘lógicas de acción’. Así como un bebé puede gestionar más complejidad en su vida en el momento que empieza a andar y a hablar, y un niño lo puede hacer cuando aprende a leer, así podemos todos los adultos avanzar siempre en nuestras lógicas de acción que nos permiten desplegar nuevos modos de estar en el mundo y configurar nuevas capacidades para gestionar la complejidad en nuestra vida. Lo más fascinante de todo es que lo podemos hacer a cualquier edad.
De todos modos, a diferencia de los cambios más tempranos de nuestra infancia, los cambios de adulto no se reflejan tanto en nuevas habilidades (como caminar, hablar, leer, escribir…). No se ven tanto en lo que conocemos o sabemos hacer, sino en cómo le damos sentido a lo que conocemos o sabemos.
Por ejemplo, cuando somos jóvenes adultos confiamos mucho en perspectivas externas para saber si vamos bien, para distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, para saber lo que es valioso o lo que es tener éxito. Esta perspectiva externa puede venir de diferentes fuentes (familia, amigos, compañeros de trabajo u otros pares, formación, instituciones culturales, políticas, religiosas…). Lo común en esa etapa es que la principal fuente de validación sobre quiénes somos y si vamos bien, viene desde el entorno. Por eso a esa etapa o lógica de acción se le llama ‘forma mental socializada’.
Esta forma mental socializada ha sido de gran ayuda para la cohesión social entre humanos durante gran parte de nuestra historia. Ha sido el pegamento que ha permitido crear grupos y sociedades donde unos se apoyan a otros desde distintos roles, y ha permitido el establecimiento de normas sociales que nos han hecho prosperar. Es fácil ver cómo en un mundo más sencillo, donde había guías claras sobre lo que está bien y lo que está mal, donde había oficios o conjuntos de conocimientos técnicos (expertos) que eran bastante estables en el tiempo, no había razones para ir mucho más allá de esta lógica de acción a lo largo de la vida.
Otros, sin embargo, cuando tuvieron que enfrentarse a un mayor nivel de complejidad, con diferentes opiniones y demandas, así como con conocimientos técnicos o profesiones más complejas y cambiantes, se dieron cuenta de los límites de la perspectiva de mirar solo fuera. Esas personas a lo largo de años, décadas y generaciones mantuvieron internalizada esa mente socializada, pero a la vez empezaron a desarrollar una especie de ‘voz soberana’ a la de la multitud, su propia voz. Se le llama a ese estadio ‘mente con autoridad propia’ o soberano, porque no queremos que otros escriban nuestra historia. Deseamos escribirla nosotros mismos.
Desde ahí, se asume el proceso previo de socialización que nos ha permitido desarrollarnos, pero a la vez reclamamos nuestra autonomía, nuestro criterio personal, para decidir nuestro conjunto de valores que nos guían, nuestras creencias y principios para tomar decisiones propias. No significa que ya no tenemos en cuenta la opinión de otros o del sistema, sino que cuando estas opiniones colisionan con las nuestras, no ocurre ninguna crisis personal y se refuerza nuestro sentido de identidad.
En esta forma soberana de mente, se produce una clara protección de nuestro sistema operativo interno (conjunto de principios, valores y creencias). Esta protección puede llevarnos a mostrar excesiva confianza en nuestras perspectivas porque tenemos más confianza en nuestras ideas que en las de los demás.
Eventualmente, para muchos de nosotros (así suele ser cuando uno alcanza cierto nivel de responsabilidad en su trabajo) este sistema operativo interno que supone una fortaleza enorme cuando aparece, se puede convertir en una carga, puede llegar a ser disfuncional. En un mundo VUCA como el actual, este fuerte sentido de identidad que nos lleva a defender nuestras creencias y valores puede volverse en nuestra contra. Puede no permitirnos seguir desarrollándonos o desarrollar perspectivas múltiples, relativas, co-creadas, sobre el mundo y sus desafíos. Nuestros principios y valores siempre son importantes, pero estos tampoco tienen por qué ser rígidos; Estos principios y valores no funcionan en el vacío sino en un mundo cambiante. Siempre pueden ser redefinidos por lo que se espera de nosotros y por lo que las circunstancias requieren.
Por eso, somos muchos los que nos damos cuenta de que la complejidad del mundo de hoy es demasiado grande para que la mente soberana la pueda manejar con éxito. Vemos, no sin dificultad, que no somos los únicos autores de nuestra vida. No hay una página en blanco para ser escrita por nosotros, sino que nos damos cuenta de que somos a la vez escritores y lo escrito. Tenemos cierto control sobre nuestra vida, pero ni de lejos tenemos todo el control; somos como músicos de jazz en permanente concierto improvisado y aprendiendo con nuestros compañeros de banda; en vez de ver la vida como algo que puede ser ensayado, perfeccionado y luego finalmente ejecutado.
A esta lógica de acción u orden mental donde nuestra vida es co-creada con otros y las circunstancias, donde hay emergencia, se le llama ‘mente autotransformadora’. Estas personas están siempre buscando la nueva situación que podría desafiar su arraigado sistema de valores. Son personas que pasan menos tiempo creando y defendiendo su particular versión de ellos mismos y del mundo, y más tiempo dejando que la vida (las circunstancias y los demás) les transformen.
Cuando eres consciente de que estas diferentes lógicas de acción existen (sabiendo además que se entrelazan y existen simultáneamente en diferentes dimensiones de nuestra vida) y tienes una idea de dónde puedes ubicarte tú, entonces puedes tomar más las riendas de modo proactivo de tu proceso de evolución vital. Empiezas a aceptar mejor los desafíos inevitables de lo que significa ser humano en sus diferentes roles o dimensiones (madre, jefe, hijo, pareja, hermana…).
¿Eres consciente de cómo años atrás confiabas más en las opiniones de otros o de fuentes externas, y en tu proceso de evolución profesional has ganado en soberanía e incluso te ha inquietado o te inquieta ser percibido algo más arrogante? Esto es solo un ejemplo de lo que implica la transición de una lógica de acción de mente socializada a una lógica de acción de mente más soberana.
Quizá también notas cómo antes te sentías más seguro de tus puntos de vista, y desde hace un tiempo ves más tonalidades de gris en los asuntos (incluso con tus valores). Eso es probable que forme parte de la progresión hacia otra nueva lógica de acción, hacia la mente autotransformadora.
No olvidar nunca que siempre estamos en un camino de transición o desarrollo nos puede ayudar a caminar hacia el futuro de un modo más ágil y elegante.
Se trata de desafiar esta tendencia a creer que hemos cambiado en el pasado, pero que ahora ya estamos casi terminados. Cuando un cliente me dice ‘nunca he sido buen comunicador ante grupos grandes’, o ‘nunca he sido bueno en las emociones o dando reconocimiento’, veo cómo esa persona no solo está aceptando una identidad, sino que la solidifica, la refuerza y fortalece ese statu-quo.
Siempre es preferible decirnos (y pensar) que ‘hasta hoy no he sido muy buen comunicador ante grupos grandes’ o ‘hasta ahora no se me ha dado muy bien lo del reconocimiento, pero voy a trabajar en ello’.
Preguntar, a nosotros mismos o a los demás, en quién nos podemos convertir, quién deseamos ser a continuación, nos ayuda a liberarnos de la trampa de que ya hemos llegado a donde teníamos que llegar, nos invita a pensar en posibilidades y no a defender nuestra realidad actual. De hecho, también nos hace sentirnos más libres y vivos.
Se trata de tomar consciencia de dónde estás en tu camino de desarrollo, enfocándote en quién puedes convertirte a continuación en ese camino. Saber que eres un producto en constante proceso de evolución hace que te apegues menos a quién eres y que te pongas menos a la defensiva de tu identidad. También ello impulsa a mirar a la vida con más curiosidad y con menos juicio, posibilitando que te conviertas paso a paso en tu próxima mejor versión.
Hacer este trabajo individualmente es apasionante y estimulante. Hacerlo en compañía de otros, en equipo, es potenciador del trabajo individual y se convierte además en uno de los mejores impulsores de confianza, complicidad, alineamiento y compromiso; es algo que sin duda crea lo que conocemos como equipos de alto desempeño.
Cuídate, P.
Si quieres saber más de este tema o de cualquier otro sobre desarrollo del liderazgo y transformación empresarial, déjame aquí tus datos y hablemos sobre ello.
Con este artículo termino una serie de 6 entradas en las que hago un resumen libre, mezclado con nuestra experiencia de dos años en AddVenture trabajando con estas ideas con clientes, colegas y nosotros mismos, del libro de Jennifer Garvey, Unlocking Leadership Mindtraps: How to Thrive in Complexity. El resto de las entradas de la serie son:
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.
ACEPTAR
6 Comments
Magnifica entrada Pablo. Volveré sobre ella más de una vez.
Abrazo, José Alberto.
Muy buena contribución y super completa. Es para leerla, reflexionar muchas veces. Gracias Pablo!
Gracias, maestro 😉
Gracias Pablo por este artículo tan fruitful! ;). Me han entrado muchas ganas de leer el libro de Jennifer Garvey!!. Un abrazo maestro!
¡Lectura obligada, apreciado Enric! Tanto como ‘Power’ de Julie Diamond, que tanto te agradezco.