El pasado viernes María Chocano me honró con la primera entrevista de su nuevo podcast PharmaTalks. Me siento contento de poder participar en el inicio de este nuevo proyecto al que le deseo tanto éxito como el que ya tiene el podcast Humanismo Digital, donde Joan Clotet también me invitó a inaugurarlo.
Una de las preguntas de María fue cómo la pandemia ha cambiado mi mentalidad o ‘mindset’. Es una excelente reflexión para hacerse tras más de año y medio desde que nos cayó en España el primer confinamiento estricto y una vez que parece que lo peor ya ha pasado, al menos en Occidente.
Lo primero que me vino a la cabeza es que como no vivimos en situación de laboratorio, donde podemos aislar el impacto de una u otra variable, es difícil determinar cuál es el impacto de una situación, como la pandemia, de otras situaciones que ocurren simultáneamente y que se solapan entre ellas.
Una vez hecha esta salvedad, son varias cosas las que he aprendido o consolidado durante este periodo. Por un lado, la interconexión que existe entre todas las cosas y todas las personas en el mundo. Un virus que aparece en una desconocida ciudad china se extiende rápidamente por todo el planeta y pone a la humanidad en jaque, con gran parte de la población encerrada en casa indefinidamente, con los sistemas sanitarios nacionales más avanzados colapsados y con un evidente riesgo de muerte cercano para todos.
Nuestra ilusión de separación hace que no percibamos la enorme y compleja interconexión que se da en el mundo contemporáneo. Por ejemplo, cerrar los establecimientos de restauración, pongamos la cafetería de la esquina, no solo daña económicamente a sus propietarios y proveedores, sino que por una caída en el consumo de pajitas absorbentes (España es uno de los principales consumidores con unos 13 millones de unidades diarias en 2018) se produce también una pérdida del modo de subsistencia de empresas y personas que las fabrican en Asia; y de otras empresas y personas ubicadas en África o América que producen la materia prima.
Otro de mis aprendizajes es darme cuenta de cómo la necesidad de control es una trampa, sobre todo en situaciones extremas. En estos casos sólo puedes ver qué harás una vez estés ahí, pero es inútil decidir por adelantado qué harás en ese momento. En 2010 realicé como participante un programa de liderazgo donde una de las actividades que debíamos hacer era subir por un poste hasta una respetable altura y cruzar caminando por una estrecha viga de madera unos seis u ocho metros hasta llegar a otro poste. Desde el suelo la actividad parecía retadora pero asumible. Pero cuando estás arriba del primer poste y debes soltar las manos para cruzar por la viga, todo cambia. Las sensaciones, los latidos del corazón disparados, la sequedad de la boca, los temblores de piernas, el miedo, las dudas… todo aparece de repente y te bloquea. A pesar de que obviamente llevas un arnés de sujeción. Hasta que no estás arriba, no tienes ni idea de cómo vas a reaccionar. Con la pandemia me ha ocurrido algo similar.
Estos dos aprendizajes me llevan a la humildad. Me gustaría creer que la pandemia nos ha servido a todos de cura de humildad. Creo que en general en nuestra civilización hay una gran arrogancia sobre el poder del ser humano. Es cierto que nuestro poder es increíble, como se ve en el poco tiempo que hemos tardado en desarrollar vacunas eficaces contra el virus, o ahora más recientemente, cómo en la erupción del volcán en la isla de La Palma no ha habido ningún muerto. Pero también es cierto que la vida en nuestro planeta, nuestra vida, es más frágil de lo que quizá creíamos antes de la pandemia. Ello a mí me lleva a reforzar el aprendizaje de no dar por descontado ninguna de las cosas que disfrutamos en lo cotidiano. Vimos cómo de un día para otro nuestra libertad de movimiento era suspendida, cómo nuestra vida o la de aquellos que más queremos era amenazada por un virus… Todo ello ha reforzado en mí la capacidad para apreciar y disfrutar más de las cosas pequeñas, como poder salir a pasear con mi familia, tomar un café o una cerveza en una terraza, abrazar y besar a mis padres, apreciar y contemplar la naturaleza, los árboles, los animales, las diferentes tonalidades del cielo…
Por otro lado, ahora también me enfoco más en elegir una dirección en mi vida, en vez de hacerlo en objetivos concretos que alcanzar. Por ejemplo, prefiero adquirir el hábito de comer mejor, de hacer ejercicio de modo más regular, en vez de proponerme cuánto quiero pesar, cuál debe ser mi composición corporal o qué marca quiero alcanzar corriendo 10 kilómetros. Lo mismo en lo profesional. Me enfoco en el tipo de proyectos que quiero hacer, dónde deseo contribuir más, pero no me pongo objetivos específicos.
Creo que perseguir objetivos está sobrevalorado y puede ser perjudicial. Entiendo que a algunas personas les sirve para mejorar, para alcanzar hitos que quizá de otro modo no alcanzarían, y entiendo también que es la lógica de muchas empresas. Pero también creo que ese apego a objetivos concretos suele generar algunos comportamientos perversos y consecuencias indeseables: dispara la ira, la codicia, el miedo, la frustración, la ansiedad, la necesidad de control, la búsqueda de culpables, la soberbia o la arrogancia.
También he reforzado la importancia del cuidado de uno mismo. La gestión de la energía es clave. En situaciones extremas enfócate en aquello que puedes controlar. El ejercicio físico, la alimentación, el descanso son controlables en gran medida. A veces nos entregamos a los demás sin medida y dejamos de atender el cuidado propio. En mi caso, durante el confinamiento invertí mucha energía en estar pendiente de mi familia en casa, de mis padres, de algunos amigos, de mis compañeros en el trabajo, de algunos clientes… y al final, ¿quién me ayuda a mí? Cuando indagas en ello te das cuenta de que no pides ayuda porque otros la necesitan más que tú o porque pedir ayuda puede ser visto como debilidad o egoísmo. Creo que no pedir ayuda puede ser incluso una muestra de orgullo, conectado a un cierto sentimiento de superioridad. En este sentido a mí me sirven un par de preguntas: ¿Cuál es el motivo real, profundo, por el que no suelo pedir ayuda? Cuando ayudo a los demás, ¿cuál es mi motivación profunda?
Creo que he mejorado también en la aceptación. Primero en la propia, aceptando que soy un manojo de tensiones, contradicciones, paradojas, dilemas, conflictos, disfunciones, que sé muy poco de tantos temas… Durante el confinamiento más estricto en algunos momentos me llegué a sentir fatal, miserable, enfadado, hundido. Lo mejor de esta aceptación propia es que me ha ayudado también a aceptar más cómo son los demás, con sus tensiones, contradicciones, comportamientos erráticos o carencias… con sus épocas mejores y peores. Creo que ello me ayuda a tener una mejor disposición frente a la incertidumbre. Vivir es gestionar la incertidumbre.
Con perspectiva, también me he dado cuenta de la importancia de la conexión humana en vivo. Durante el confinamiento caí en el agotamiento por exceso de videollamadas y ausencia de contacto físico. Sé de muchos clientes cuya exposición a las videollamadas fue mucho peor que la mía. Evidentemente, la existencia de internet y de la tecnología de videollamadas ha sido crucial para enfrentarnos con éxito a esta pandemia. No quiero pensar cómo hubiera sido la situación si esto nos hubiera pasado hace 30 años cuando no teníamos internet. Pero a pesar de ello, el contacto físico es imprescindible en las relaciones personales. ¿Hasta qué punto? No estoy seguro de ello. Tomar un avión para mantener una reunión que puede hacerse por videollamada ya no tiene sentido y no es sostenible. Pero para crear buenas, profundas y provechosas relaciones, la videoconferencia no es suficiente.
Lo más importante es no sentirse solo; poder crear comunidades o construir relaciones donde te sientas seguro. Ese es el trabajo fundamental de un líder. Construir poderosas relaciones durante los buenos tiempos para que luego estén ahí en los tiempos difíciles. Debes crear un buen equipo mientras navegas en aguas tranquilas, y prepararlo para cuando llegue la tormenta, que siempre llega. Solo ahí, en la adversidad, sabrás si realmente tienes un buen nivel de confianza y buenas relaciones de verdad. Hay que invertir en los equipos en los buenos momentos, cuando quizá crees que no lo necesitan, precisamente para poder prosperar y salir adelante en los momentos duros.
Cuídate, P.
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4 Comments
Excelente artículo el de hoy, Pablo. Me ha gustado mucho. Y comparto al 100% dos conceptos: humildad y aceptación.
El primero creo que nos cuesta porque a menudo confundimos humildad con humillación, mezclamos sus significados. Pensamos que ser humildes es humillarse, cuando una cosa no tiene nada que ver con la otra. Para mí, la humildad es un claro gesto de fortaleza.
En cuanto a la aceptación es el reconocimiento de la existencia de la incertidumbre. Efectivamente, esa necesidad de controlarlo todo no es sino un subterfugio para apaciguar nuestros miedos y ansiedades. Pero sólo es una falsa ilusión. La Naturaleza es más fuerte que el hombre y, cuando quiere, nos sorprende y nos recuerda nuestra insignificancia frente a su infinito poder.Así nos lo ha demostrado con los dos casos que mencionas, el Covid y el volcán de La Palma, y podríamos hacer una lista interminable con muchos otros ejemplos.
Y, como reflexión personal final, tomo nota de tu recomendación de pasar de objetivos concretos a elegir una dirección vital, entiendo que alienada con mi propósito. Aunque no sé si va a ser fácil, voy a ver si soy capaz de ponerlo en práctica!
Un abrazo!
Gracias, querido Fernando. Lo de elegir una dirección y no objetivos concretos es algo muy personal. En esta etapa de mi vida, que quizá no busco tanto el lograr cosas, me hace sentir más libre, sereno y hasta creativo. Siento que con ello ocurre con el estoicismo, que en los últimos tiempos lo he proclamado como mi filosofía de vida, pero sé que no es para todo el mundo. Abrazo.
Gracias Pablo por el post. Estoy alineada con algunas de tus reflexiones y otras me llevan a profundizar en mis aprendizajes sobre este tiempo de pandemia. Felicidades!!! Feliz día y un abrazo fuerte.
Gracias, querida Carmen. Abrazo fuerte.