La cualidad de ser un observador desapegado nos libera de absorber las influencias de cada palabra, sentimiento y actitud, evita que nos impliquemos en exceso en lo que está sucediendo y nos permite transformar nuestras tendencias reactivas.
Observar nos proporciona paciencia y claridad para pensar y actuar de acuerdo con nuestra auténtica voluntad. Observar crea un foco interno que nos permite ver la realidad con mucha más objetividad. Fortalecemos el desapego cuando comprendemos y practicamos la conciencia de ser un depositario de aquello que parece que poseemos.
La relación que tenemos con las personas y objetos de nuestro entorno inmediato es más íntima que con el resto del mundo. Y con frecuencia esa relación se vuelve en cierto grado posesiva. Pensamos que poseemos cosas como coches y casas, trabajos y proyectos, incluso a otras personas, como colaboradores, amigos, pareja e hijos.
Lo que olvidamos es que no podemos poseer nada. Podemos cuidar, podemos usar, podemos disponer. Pero no podemos poseer. Y es esta idea de posesión la que yace en la raíz de muchos miedos y conflictos. El miedo a la pérdida, el miedo a no poder conseguir o retener lo que ya hemos decidido que es nuestro.
Por tanto, ¿cuál es la mejor relación que podemos elegir con el mundo exterior y que nos permita alejar todos nuestros miedos? La de ser un depositario. En el fluir de la vida todo nos llega en confianza, para que lo administremos con sabiduría y después lo soltemos. La conciencia del depositario nos libera de la tensión de codiciar y almacenar.
Vernos como depositarios de todo lo que recibimos fortalece nuestra capacidad innata de cuidar de todo y de todos con amor y dignidad. Es un sentimiento mucho más relajante para relacionarnos con todo aquello (personas y recursos materiales) que tenemos el privilegio de disponer en la vida.
El amor es, probablemente, el valor más elevado que todos los seres humanos desean experimentar desde el momento del nacimiento hasta la muerte. El amor verdadero y desinteresado se ha vuelto tan inusual que la mayoría de las personas se cuestionan su existencia. El amor verdadero implica la capacidad de respetar a los demás tal como son y ser capaces de dar sin esperar un retorno por ello. Tal amor nos proporciona libertad y un espacio para crecer y expresar nuestra singularidad.
A menudo, sin embargo, no mantenemos la actitud adecuada entre nosotros y aquellos a quienes amamos y entonces, en lugar de dar de manera desinteresada, empezamos a tener expectativas, demandas y sentimientos de posesividad.
Cuando confundimos el amor con el apego, empezamos sin darnos cuenta a crear ataduras con los demás, empezamos el camino hacia el sufrimiento. Ya he escrito sobre esto con otro enfoque en el triángulo de la armonía.
Es fácil saber cuándo uno padece de apego o posesividad pues sus síntomas frecuentes son las preocupaciones, el miedo, la inseguridad, los celos, la envidia y, finalmente, el sufrimiento. Estos no solo suelen destruir las relaciones en general sino que nos hace perder el respeto hacia nosotros mismos, nos vuelve dependientes e inestables.
Por supuesto, el ser humano necesita amor y respeto, pero hemos de comprender que no vamos a recibirlo solo por pedirlo o esperarlo, o considerando que es nuestro derecho. El amor y respeto de todos lo ganamos cuando comprendemos que el primero que debe darlos somos nosotros mismos.
Para concretar un poco en esta reflexión bastante profunda y que sea también práctica: ¿qué es lo que puedo hacer para vivir con más desapego?
Empecemos con lo que hay que dejar de hacer: quejarse, criticar y competir con los demás (y a veces con nosotros mismos) son tres hábitos que no nos permiten desarrollar esa actitud espiritual, que nos limitan en nuestro crecimiento personal. Estos hábitos son como enfermedades o defectos que no nos permiten elevar nuestra conciencia. Liberarnos de ellos es un gran comienzo.
Y después necesitamos reconocer dónde estamos apegados. Hay innumerables apegos sutiles que nos pueden bloquear: el apego a nuestras acciones y al fruto de nuestros esfuerzos, a las relaciones, a nuestras propias ideas y percepciones sobre cómo debe ser el mundo, sobre cómo deben ser los demás, a nuestros deseos… Es preciso revisar al menos lo siguiente: ¿Estamos atrapados en alguna relación o en conflicto con alguien? ¿Estoy apegado a alguna idea sobre cómo son o deben ser las cosas, los demás, sobre cómo debe ser mi vida? Es tu responsabilidad personal prestar atención a estos aspectos, nadie puede hacerlo por ti.
Sin duda te puede ayudar el saber que la naturaleza original del alma humana es de pureza y desapego. El apego es una debilidad natural adquirida de la que es posible librarse, al menos en gran medida, para volver a nuestra naturaleza original libre de apegos, llena de luz, de fortaleza y verdad. Este un aspecto fundamental en el desarrollo de nuestra conciencia como humanos, en el desarrollo de nuestro liderazgo interior.
Sé feliz, P.
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2 Comments
Un profundo y gran post Pablo, felicidades. Gracias por compartir tu sabiduría.
Un abrazo
Muy inspirador Pablo. Mi agradecimiento por recordarnos quienes somos en esencia. Un abrazo.