Cierro hoy esta serie de cinco entradas sobre cómo mejorar tu liderazgo en un entorno cada vez más incierto, cambiante y complejo. En mayo escribí sobre cómo liderar en un mundo VUCA, donde apunté tres hábitos que ayudan a un líder a prosperar en ese entorno: hacer preguntas diferentes, asumir múltiples perspectivas, para lo que también recomendé un ejercicio práctico, y desarrollar la visión sistémica. En esta última entrada de la serie reflexiono sobre este tercer hábito.
Cuando pensamos tendemos normalmente a establecer relaciones de causa y efecto bastante simples, y además de modo casi inconsciente pensamos que podemos controlar la causa o el efecto. Sin embargo la teoría de la complejidad nos enseña que esta tendencia a enfocarnos en la causa y el efecto nos distrae, como la ágil mano de un hábil mago, y no nos deja ver las innumerables otras cosas relevantes que está sucediendo a nuestro alrededor.
Una de los más importantes y difíciles conceptos sobre la complejidad es el de emergencia, en el sentido de aparecer. Y este concepto nos inquieta más de lo que parece porque desafía la simplista idea de causalidad que forma parte de nuestra cosmovisión.
Un ejemplo puede ser el trabajo en equipo. A menudo se dice que un equipo es más que la suma de sus partes. Y es cierto que cuando pones a las personas adecuadas en las circunstancias adecuadas el trabajo en equipo emerge y se producen resultados extraordinarios. Pero pon esas mismas personas en otras circunstancias y todo puede acabar en desastre. Entender los diversos factores que hacen que en un equipo emerjan resultados extraordinarios, y no el desastre, es clave para convertirse en un buen líder de equipos. Y ello implica desarrollar tu visión sistémica.
Y la teoría de la complejidad nos anima a ello. A mirar a los sistemas con curiosidad y amplitud de miras y analizar cómo funcionan para poder crear las condiciones de emergencia. Pero en un sistema complejo, como es cualquiera formado por personas, nadie puede controlar la emergencia, de hecho no es controlable, sino solo influenciable.
Además de la idea de causalidad, el cerebro humano también busca de modo natural historias o narrativas con sentido. Vivimos pensando en historias lineales. Y cuando no existe una narrativa así nuestro cerebro la crea completando la información que falta, de modo inconsciente con más frecuencia de lo que creemos. De hecho, hacer preguntas diferentes y asumir perspectivas múltiples son estrategias de hacer este proceso de rellenado más consciente. Y pensar en un flujo narrativo diferente al de la mayoría de las películas, que es el que sigue nuestro cerebro, es otra estrategia.
Por eso a muchos nos gustan esas películas en las que nada es lo que parece, en las que el flujo no es lineal y en las que los giros y enredos son tantos y tan fuera de lo común que hacen que el desenlace sea impredecible. Son películas que nos rompen los esquemas, que nos desconciertan y hasta que generan cierta incomodidad e inquietud. Por eso mismo no agradan a muchas otras personas y también las hacen más difíciles de comprender.
Nuestro cerebro necesita saber que al final todo encaja, y si no es así nos quedamos mal. El cerebro necesita orden y si no existe lo crea, y simplifica, estereotipa y conecta elementos inconexos si es preciso. Y nos hace creer que existen conexiones y patrones lineales donde solo hay caminos inconexos. La teoría de la complejidad nos dice que en la vida real los sucesos tienden a ser no lineales. Y esta ‘no-linealidad’ es otro concepto clave de esta interesante teoría. En la vida real uno puede hacer algo 18 veces sin ninguna consecuencia, y entonces hacerlo una vez más con un resultado distinto (por ejemplo, exceder la velocidad máxima en una autopista).
En la vida real se puede hacer un enorme esfuerzo para cambiar algo y tener unos resultados muy limitados, como invertir millones de euros en un completo y extensivo programa de cambio cultural para favorecer el trabajo en equipo y acabar con una cultura de silos; y también es posible hacer un cambio pequeño que tenga resultados extraordinarios, como poner el departamento de desarrollo de producto y el departamento comercial juntos en un mismo lugar en vez de estar en dos extremos del edificio.
Pensar que el mundo, nuestro mundo, es un intricado sistema complejo más que una sencilla narrativa donde la causalidad es manifiesta desafía la mayor parte de las suposiciones que hacemos cotidianamente así como los enfoques para resolver problemas, para relacionarnos con otros y para construir un futuro mejor.
Pero una vez que empiezas a comprender las nuevas reglas y enfoques del complejo mundo en el que vivimos, emergen nuevas posibilidades y la solución de nuestros problemas puede ser más creativa, más inclusiva, más eficaz e incluso hasta más divertida.
Podemos sintetizar esta serie de cinco entradas diciendo que cuando tratas de hacer preguntas diferentes a las que (te) haces habitualmente aumentando así tu curiosidad, cuando asumes perspectivas múltiples sobre los asuntos controvertidos, sin por ello renunciar a la tuya, y cuando, evitando los sesgos a los que nos conducen las ideas de causalidad y linealidad, influencias en un sistema complejo aunque nunca seas capaz de entenderlo del todo, estarás siendo capaz de mantener tu cabeza a flote en las paradójicas aguas del liderazgo en los tiempos actuales.
Sé feliz, P.
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