Justo el año que alcancé la mayoría de edad, Alaska y Nacho Canut crearon una canción emblemática de los años 80, seguramente un himno para toda una generación y sin duda carne de karaoke. Se trata de ‘A quién le importa’. La letra alude a la libertad y a la independencia individual al margen de los prejuicios del prójimo. Y en un momento del conocidísimo estribillo dice ‘yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré’. Sobre ello quiero reflexionar hoy.
¿Te imaginas una vida en la que no cambies nada? No me refiero a trabajar en la misma empresa durante toda tu carrera profesional, ni estar conviviendo con la misma persona durante 50 o más años, ni vivir siempre en el lugar que naciste. Esas son elecciones que pueden ser admirables.
Me refiero a vivir sin cambiar nunca tus gustos, tus opiniones, los libros o música que disfrutas, incluso tu ideología política o visión sobre los temas sociales importantes. Es difícil imaginar a alguien así, incluso aunque sea la persona más testaruda y engreída del mundo. Y es difícil porque el entorno que nos rodea no lo hace posible. El mundo en el que vivimos cambia y nosotros cambiamos también con él. Aunque solo sea porque a veces es más cómodo dejarse llevar.
Sin embargo hay algunas dimensiones en las que muchas personas muestran con cierto orgullo su inmutabilidad. Su resistencia a cambiar. Y como digo, muchos hasta presumen de ello. Y una de esas dimensiones más relevantes en las que muchos ni se cuestionan cambiar es la persistencia en su actitud y su comportamiento en lo que se refiere a sus relaciones interpersonales.
Hablo de nuestra resistencia a cambiar cómo tratamos a los demás. Esa hermana con la que no hablamos o no vemos desde hace años por algún agravio que ya ni recordamos o que no tiene más importancia que la de proteger nuestro ego. O ese viejo amigo al que tomábamos el pelo o le llamamos con algún apodo relacionado con algún rasgo o defecto que quizá ya ni tiene. O ese vecino con el que nos cruzamos desde hace años pero al que, como resultado de la timidez, de la inercia o de la indiferencia, nunca nos hemos presentado. O el cliente que no nos cae bien por sus exigencias sin límite. O la ira o rabia que mostramos con nuestro familiares más cercanos y que es tan inevitable que ellos ya solo se preguntan cuándo será nuestra próxima explosión, nuestra próxima salida de tono. O la irreprimible regañina que propinamos a un hijo que de algún modo nos decepciona.
La mayor parte de nosotros sería crítico con un restaurante que nunca renueva su carta. Pero no somos tan estrictos en desafiarnos a nosotros mismos. Y hasta nos vanagloriamos estúpidamente de prolongar algunos comportamientos tanto como sea posible, sin tener en cuenta quién resulta dañado con ello. Solo cuando es demasiado tarde para deshacer o reparar el daño, o cuando hemos aprendido a tomar la suficiente distancia para volver a valorar o considerar nuestra conducta entonces, quizá, el arrepentimiento aparece.
¿Por qué hemos estado tantos años sin hablar a nuestra hermana o a nuestro padre? ¿Qué nos llevó a ser tan crueles con aquel amigo o compañero y qué nos sostuvo tanto tiempo sin reparar ese agravio? ¿Qué relaciones nos hemos perdido por no presentarnos o hablar con el vecino? ¿Por qué no agradecemos a ese cliente por su pedido o a nuestro jefe por compartir ese feedback? ¿Qué nos costaría tener unas palabras reconfortantes o de consuelo con ese hijo que está bajo de ánimo aunque el asunto a nosotros nos parezca banal?
Cuando mantenemos o sostenemos un comportamiento negativo, ya sea uno que hiere a personas que queremos o apreciamos, o uno de los que nos hieren a nosotros mismos (y nos es raro que coincidan ambos daños), lo que estamos haciendo es liderar un vida sin cambios en su sentido más peligroso, en su versión más dañina.
Estamos obstinadamente eligiendo llevar una vida desdichada y también hacer a otros desdichados. Ese periodo de desdicha ya no podemos repararlo, deshacerlo. Es un tiempo que nunca regresa. Y aun peor, es un tiempo que nosotros escogimos vivir así. Fue nuestra elección.
Mi intención con esta entrada, y con todo el blog en general, es facilitar reflexiones personales (empezando por la mía propia) que nos ayuden a tener que arrepentirnos de menos cosas en nuestra vida. Es tu turno ahora.
Cuando acabes de leer esta entrada piensa en un cambio en tu comportamiento relacional del que sabes que no te arrepentirás más tarde. Un cambio que puedas hacer hoy, quizá ahora mismo. Puede que sea llamar a tu madre para decirle que la quieres (aunque ya lo sepa porque eso lo saben todas las madres). O agradecer a un compañero de trabajo algo que ha hecho por ti, o agradecer a un cliente su lealtad. O callarte en una reunión que tengas hoy más tarde en vez de soltar ese comentario irónico o sarcástico que te caracteriza. Puede ser cualquier cosa, la que sea, siempre que suponga dejar de hacer algo que llevas haciendo desde hace muchos años y que podría continuar durante el resto de tu vida. ¡Hazlo!
Será algo bueno para mucha gente. Quizá para tus amigos, para tu familia, para tu empresa. Quizá para tus clientes. Pero sobre todo será algo buenísimos para ti. Tan bueno será, que seguro que querrás repetirlo.
Sé feliz, P.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.
ACEPTAR
6 Comments
Gracias Pablo, genial reflexion, resonancia total, gracias por compartir y servir.
Muchas gracias por estas inspiradas reflexiones matutinas, voy a empezar el dia cambiando mi mirada hacia mis colegas en el trabajo y con las personas más cercanas cuando regrese por la tarde a casa, todo un reto !!!
Como siempre una reflexión acertada y para reflexionar. Muchos de estos agravios se solucionarían si trabajáramos nuestra capacidad de perdón. Conflictos y ofensas se van acumulando a lo largo de la vida, pero como tu sueltes lastre perdonando, olvidando y empezando de cero te hará feliz o un absoluto desgraciado. Gracias por compartir.
The Great Magician!!! Millones de gracias Pablo…
Gracias Pablo,hiciste que recordase aquello de la venganza enferma y el perdón cura.Voy a intentarlo.
Cada vez que leo el artículo lo reconozco más en mi día a día, en el de los que me rodean. Los cambios se producen cuando los sientes, no tanto cuando los entiendes….. Mu grande Pablo, para «mi momento» una entrada muy oportuna.