Todo el mundo ha oído hablar de Gandhi, Mandela o la Madre Teresa así como del increíble impacto positivo que tuvieron en la Humanidad. Sin embargo existen otros héroes que con un liderazgo también extraordinario han tenido tanto impacto que cualquiera de los anteriores. Y uno de ellos es mi admirado teniente coronel Stanislav Petrov.
El 31 de agosto de 1983, aviones de caza soviéticos derribaron cerca de la isla de Sajalin un avión de pasajeros surcoreano que viajaba de Seúl a Nueva York y que se había adentrado por error en el espacio aéreo de la URSS. Murieron las 269 personas del vuelo KAL007, entre los cuales se encontraba un miembro del Congreso de los Estados Unidos, el demócrata Larry MacDonald, primo del famoso general Patton.
Aquel ataque contra un avión civil originó una catarata de condenas en todo el mundo y provocó uno de los momentos de mayor tensión de la Guerra Fría entre Occidente y la Unión Soviética. Pocos días tras este grave incidente, el 5 de septiembre, el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan condenaba aquella acción soviética en una durísima alocución, calificándola de «masacre», de «crimen contra la Humanidad», de «acto de barbarie y de inhumana brutalidad». Y daba orden de iniciar una ofensiva diplomática en toda regla.
Para empezar, la Cumbre de Madrid entre EE.UU. y la URSS prevista desde hacía mucho tiempo para el 8 de septiembre acabó en auténtico fracaso. Y el 12 de septiembre, los rusos se veían obligados a usar su derecho a veto para parar una resolución de condena de Naciones Unidas. Y en ese contexto de tensión y desconfianza mutua entre las dos superpotencias, se produjo un episodio que pudo haber desencadenado un auténtico holocausto nuclear; algo que pudo haber acabado con todos nosotros.
El 26 de septiembre, a las 00:14 horas, un satélite de alerta ruso informó de que los Estados Unidos acababan de lanzar un misil balístico intercontinental desde la base de misiles de Montana y que ese misil impactaría contra territorio soviético en 20 minutos.
La información del satélite ruso llegó al búnker Serpujov-15, en las proximidades de Moscú, donde el teniente coronel Stanislav Petrov, que por aquel entonces tenía 44 años, estaba al mando desde hacía más de una década del sistema de alerta temprana anti-misiles del ejército soviético. En caso de ataque nuclear americano contra territorio de la URSS la doctrina militar estaba clara: lanzar un contraataque nuclear masivo contra los Estados Unidos. Y la responsabilidad de Stanislav Petrov era detectar cualquier posible ataque estadounidense y alertar a sus superiores para que estos ordenaran el contragolpe.
Y en aquel momento Stanislav Petrov se vio enfrentado a la decisión más difícil de su vida. Un satélite ruso acababa de detectar el lanzamiento de un misil americano, así que su deber era informar. Pero si informaba de ese hecho, se podría desencadenar una guerra nuclear de proporciones épicas y consecuencias fatales.
Tal vez otra persona se hubiera limitado a cumplir las órdenes, o se hubiera dejado influir por su propia ideología o por la paranoia antiamericana imperante. Pero en aquellos 20 cruciales minutos en que el destino del mundo dependió de él, Petrov permitió que su sentido común, su empatía, serenidad y humanidad prevalecieran.
‘¿Y si se trata de un error del sistema de detección de misiles?’, preguntó a sus subordinados. Aquel sistema era relativamente nuevo y Petrov sabía la presión a la que se había sometido a los ingenieros e informáticos para ponerlo en marcha lo antes posible. Y cuando cavilaba sobre todo esto el sistema informó de que otros cuatro misiles intercontinentales acababan de ser lanzados contra la URSS desde territorio americano.
Petrov pidió a sus subordinados que contactaran a los centros de radares terrestres para ver si detectaban algo. La respuesta fue negativa: ningún radar terrestre detectaba los misiles, pero tampoco era extraño porque no los podían detectar hasta que no estuvieran muy cerca del territorio ruso.
¿Qué debía hacer Petrov? ¿Dar la alerta y desencadenar la catástrofe? ¿Esperar a que se confirmara la detección mediante radares en tierra, lo que dejaría a los rusos un margen de tiempo muy escaso para ordenar el contragolpe? Pasaron un par de larguísimos minutos, durante los cuales Petrov se debatió consigo mismo, mientras las pantallas seguían mostrando a los cinco misiles volando hacia Rusia con su mortífera carga nuclear.
Y de repente Petrov tomó su decisión: decir al Estado Mayor que se trataba de una falsa alarma. Todas las caras de los empleados del búnker se quedaron clavadas en la pantalla, mientras el tiempo iba transcurriendo inexorable y los misiles seguían aproximándose. Y de repente, unos minutos más tarde, aquellos cinco misiles desaparecieron y el sistema informático levantó la alerta. Como luego se comprobó, había sido un error de detección del sistema de satélites debido a los defectos de diseño del sistema y a las condiciones climatológicas.
‘¿Cómo sabías que era una falsa alarma?, preguntaron a Petrov sus subordinados. ‘Pues porque no tenía ninguna lógica’, contestó él. ‘Si los americanos hubieran querido lanzar un ataque nuclear contra nosotros, no habrían lanzado cinco míseros misiles, sino cientos o miles de ellos, para destruir de una tacada todo el potencial militar soviético; ¿para qué iban a atacar sólo con parte de su arsenal, dejándonos la suficiente capacidad de respuesta como para borrar a los Estados Unidos y sus aliados del mapa?’.
Aquel razonamiento de Petrov era impecable y nos salvó a todos de un auténtico infierno nuclear. Pero ¿cuántas personas hubieran sido capaces de reaccionar en aquella circunstancia como Petrov lo hizo?
El mundo no se enteró de lo cerca que había estado de autodestruirse aquel 26 de septiembre de 1983 hasta 15 años después cuando el general Votintsev dio a conocer aquel episodio en sus memorias.
Petrov nunca fue reconocido por su heroicidad. Hacerlo hubiera implicado reconocer también errores gravísimos en el sistema de defensa soviético. Es más, sus mandos consideraron que había actuado mal y fue relevado de su puesto y destinado a otro menos importante, siendo también jubilado de modo anticipado.
¿Qué podemos aprender de esta historia? Pues que es en momentos de crisis cuando más necesario se hace que un líder muestre su templanza, serenidad, empatía, sentido común y amplitud de miras, no dejándose llevar ni por ideologías, dogmas o por el temor a los otros. El miedo nubla la mente, mientras que la empatía y el genuino interés por los demás contribuye a aclararla.
Este es un buen ejemplo de lo que trabajamos los coaches ejecutivos. Contribuimos a desarrollar en nuestros clientes directivos estas capacidades que mostró Petrov aquel día.
Hasta donde yo sé el gran Stanislav Petrov sigue vivo y la verdad es que me gustaría mucho conocerle personalmente.
Sé feliz, P.
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2 Comments
Y que si actúas como Dios manda te acabarán crucificando.
Decisión complicada y valiente, sí señor, y con la presión del tiempo y de la gravedad de las consecuencias si su decisión no hubiera sido la correcta. La verdad es que hay que reconocerle su mérito a la hora de saber tomar decisiones.
Gracias Pablo por los reltos que nos permites compartir.