Recuerdo que en mi época como director de recursos humanos, antes de 2008, una de las competencias que mis jefes y colegas me reconocían con frecuencia era la habilidad para hacer entrevistas de selección de personal. La verdad es que lo de la selección de personal nunca me entusiasmó demasiado, entre otros motivos porque me parece una lotería lo de predecir el desempeño futuro de una persona, su encaje en un conjunto de complejas circunstancias, a partir de unas pocas y relativamente breves conversaciones donde se escruta su pasado y presente.
En cualquier caso sí que reconozco que con el tiempo llegué a desarrollar una capacidad notable para escuchar a los candidatos y, sobre todo para su desdicha, para poder permanecer en silencio durante momentos bastante largos durante la entrevista. Ello solía tener un inquietante impacto en ellos que por lo general les animaba a compartir conmigo más información de la que en principio era su intención. Ahí empecé a darme cuenta del poder del silencio.
Sobre el silencio y la escucha plena hay una fábula, el reloj del granjero, que a veces comparto con clientes en los seminarios que imparto.
Había una vez un granjero que perdió su reloj en una montaña inmensa de paja que tenía en su granero. No era un reloj cualquiera. Se trataba de una pieza única y de gran calidad heredada de su bisabuelo y que él tenía el firme compromiso de regalar a su hijo para continuar la tradición.
Después de buscar con ansia en la paja durante interminables horas se dio por vencido y pidió ayuda a sus vecinos de las granjas cercanas. Más de 30 personas, entre hombres, mujeres y niños se pusieron a buscar el reloj entre la paja. Buscaron sin parar durante horas y no encontraron nada. Ya al caer la noche, cuando el granjero estaba casi dispuesto a tirar la toalla, un pequeño chico le dijo que él lo encontraría. Que solo tenían que dejarlo solo y alejarse todos del granero.
El granjero lo escuchó con incredulidad y con una mezcla de ternura y cierta condescendencia. Si ni él ni todos los vecinos juntos, incluido ese chico, habían podido encontrar el reloj, cómo iba a ser capaz de encontrarlo él solo. Pero llevado en parte por la desesperación y en parte por ser amable con el niño, accedió a darle una oportunidad.
Y así fue cómo aquel niño, una vez que todos se habían alejado del granero, entró en él y tras unos pocos minutos salió satisfecho con el reloj en la mano. El granjero, feliz, no lo podía creer y abrazando al chico le preguntó: ‘¿cómo lo has conseguido?’
Y el chico le contestó: ‘no he hecho nada más que sentarme en el suelo, quedarme en completo silencio durante un minuto y escuchar con todos mis sentidos. Y en medio del silencio pude oír y sentir el débil tic-tac del reloj, indicándome dónde se hallaba’.
Son varios las enseñanzas que podemos extraer de esta historia. Una, sin duda, el valor de la humildad, el respeto por los demás y el no subestimar a nadie. Otra, la importancia de pedir ayuda y el valor de la colaboración. Sin embargo, como apuntaba arriba, yo la utilizo más para una tercera enseñanza: resaltar la importancia del silencio y de la atención plena.
Hace algunos años leí una entrevista a Peter Senge donde decía que el verdadero diálogo incluye el silencio y que uno de los retos de nuestra civilización, y particularmente de nuestras empresas, de nuestros equipos y comités de dirección, es desarrollar la capacidad para sentarse juntos en silencio. Solo con la práctica consciente del silencio podemos acceder realmente a descubrir quiénes somos y a una auténtica conexión con los demás.
Dice mi querido amigo y experto en mindfulness, Enrique Simó, que una mente tranquila y serena puede pensar mejor que una mente siempre activa. Y nos invita Enrique a darle a la mente unos minutos de silencio cada día para ayudarnos a crear una vida con más plenitud.
Sobre el silencio y la práctica de la meditación o del mindfulness también publiqué esta entrada en la que reseñé un delicioso librito de mi tocayo Pablo d’Ors llamado precisamente ‘Biografía del silencio’.
Sé feliz, P.
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2 Comments
Me ha gustado mucho la fabula y sobre todo me ha recordado a todos esos momentos de «full stop» que tuvimos durante la sesión de formación. Sin duda, el silencio ayuda a escuchar y por ende a ayudar o mejor, a servir, como comentabas en otro articulo que publicaste la semana pasada.
Un abrazo
Gracias Pablo,
La verdad siempre he entendido la importancia del silencio pero aún siendo consciente es muy difícil poder ejercerlo en un mundo cada vez más acelerado con demanda de información urgente y respuestas ojalá llegue a poder controlar tan poderosa herramienta.