Nadie está libre de caer en la desgarradora sensación de que la vida no tiene sentido y donde a uno solo le queda la desidia por vivir, el sufrimiento cotidiano y una experiencia de desconexión con los demás, con el mundo exterior. Esta es una posible definición de vacío existencial. Es una experiencia muy dolorosa que puede llevar a enfermedades mentales severas, como la depresión, así como al riesgo suicida.
Este vacío existencial no distingue entre personas. Da igual la condición social, económica, edad, sexo o género, raza… Quizá sí que afecta más a personas reflexivas que tienen tendencia a indagar en cuestiones de gran transcendencia, como la muerte, la libertad, la realización personal, el sentido de la vida; las personas con este tipo de personalidad, de modo natural más introspectiva, pueden tener mayor predisposición a caer en ese vacío, en esa terrible desazón que cuando llega parece engullirte cada vez más.
También tiende a afectar más a los habitantes de sociedades más desarrolladas, porque cuando a diario se está ocupado en conseguir la supervivencia física más elemental, de uno mismo y de los tuyos, uno tiende a preocuparse menos por reflexiones más profundas.
He revisitado recientemente dos obras de Viktor Frankl (Logoterapia y análisis existencial y Ante el vacío existencial) y es revelador ver la diferencia entre leerlas como joven estudiante de psicología y leerlas ahora, después de tres décadas de experiencia de vida. Constato también la vigencia de lo que Frankl escribió hace muchas décadas (sus primeros escritos publicados son de hace un siglo). Frankl creó la logoterapia por su inquietud frente a las altas tasas de suicidio en Viena. Él no se preguntó por qué se suicidaba la gente, sino ¿qué hace que la gente no se suicide?
A veces, solemos creer que lo que nos causa zozobra es lo novedoso, por ejemplo, las redes sociales, la globalización, o este mundo VUCA que desborda nuestros recursos más personales… Pensamos que en esta época nos estamos de algún modo deshumanizando como sociedad y que por ello aumentan radicalmente los problemas psicológicos; pero lo cierto es que esa sensación de que vivimos tiempos inquietantes, de alienación del individuo más aguda, o de mayor deshumanización social, se ha vivido así innumerables veces en el pasado, tanto hace un siglo como hace 2.000 años.
Los problemas psicológicos que vemos por doquier no son, pues, tan actuales, porque realmente derivan de nuestra configuración biológica y psicológica, bastante estable desde hace miles de años. En esta configuración milenaria de la persona radica tanto lo más maravilloso como las peores miserias inimaginables de lo que significa ser un humano.
La principal idea de este texto es que el vacío existencial y la necesidad de sentido son dos caras de la misma moneda: los seres humanos somos libres en tanto que tenemos la posibilidad de determinamos a nosotros mismos. Esa libertad exige asumir la responsabilidad de todo lo que nos ocurre en la vida. Si lo hacemos con razonable éxito, podemos florecer, tener una vida alineada con nuestro propósito, con aquello que le da sentido a nuestra existencia y que nos permite conectar mejor con los demás. Si no acertamos a hacerlo razonablemente, podemos malograr nuestra vida, caer en la deriva existencial, en la enajenación con respecto a los demás.
La responsabilidad es, pues, la esencia íntima de nuestra existencia. Aunque hayamos invertido tiempo, energía, esfuerzo y corazón en tener una buena vida, esta a veces no es justa. Y a pesar de que en esos momentos venirse abajo sea totalmente comprensible, al final solo tenemos dos opciones: aceptar que no podemos cambiar lo ocurrido, que no hay nada que podemos hacer y convertirnos en indefensas víctimas de las circunstancias; o bien aceptar que efectivamente no podemos cambiar lo que nos ha ocurrido, pero sí nuestra actitud hacia ello, nuestra interpretación de lo que ello implica en nuestra vida.
Por eso Frankl nos propone la logoterapia para llegar a la autodeterminación de la persona: ‘el hombre no es una cosa más entre otras cosas, las cosas se determinan unas a las otras; pero el hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que llegue a ser dentro de los límites de sus facultades y de su entorno lo tiene que hacer por sí mismo’. Esta capacidad para determinarnos a nosotros mismos, conectando nuestro comportamiento con lo que nos da sentido (logos) y con nuestros valores (ethos), es la esencial de nuestra libertad y de nuestra responsabilidad.
Releyendo a Frankl también me he topado con otra joya cuando sugiere una perspectiva amplia sobre cómo conseguir una vida en plenitud, alineando nuestro comportamiento con tres tipos de valores:
Desarrollar líderes es, para mí, contribuir a que existan personas con la capacidad para liderarse a sí mismas, para asumir la responsabilidad de su vida y ejercer su libertad de autodeterminación creando su marca personal única, su carácter, formado por 3 ingredientes: su propósito personal (el para qué), sus principios o valores personales (el cómo), así como su visión personal (el qué).
Escapar del vacío existencial consiste en comprometerse personalmente con un proceso continuo de indagación, exploración y alineamiento con uno mismo, realizando el trabajo de buscar la fórmula personal con esos tres ingredientes. Si no se hace este trabajo, o si lo hacemos puntualmente o parcialmente, caemos en el riesgo de la desconexión personal y del olvido de uno mismo, como le ocurre a tantas personas cuando se topan con la crisis de la mitad de la vida. Crisis que sí parece ocurrir cada vez antes en nuestra biografía y que se puede repetir varias veces durante el transcurso de nuestra existencia.
El problema del vacío existencial es pues un desafío antropológico. Aunque no es nuevo, sí que creo que la sociedad contemporánea contribuye en gran medida a la extensión de este problema al promover fórmulas equivocadas sobre cómo ser felices o valores contrarios a nuestra naturaleza humana. Y lo hace:
La pérdida de sentido está también asociada con la desaparición del otro, la supremacía de los valores individualistas y la obtención del placer como mecanismo errado para tener una vida plena. De esta forma, la persona se aferra a sus deseos individuales, y el sentido de las referencias sociales, como la convivencia, la solidaridad o el respeto mutuo, entre otros, se diluye.
La conexión con el otro es importante para no perder el sentido de la vida, al igual que el mantenimiento de vínculos afectivos, siempre y cuando no se pongan en ellos toda la responsabilidad de ser feliz. De alguna forma, una vida con sentido es una vida arraigada en lo social.
Finalmente, de nuevo en Frankl encontramos la idea de que el sentido de la vida siempre está cambiado, nunca cesa. Cada día y en cada momento tenemos la oportunidad de tomar decisiones que determinarán si quedamos sujetos a las propias circunstancias o bien si actuamos con dignidad, escuchando a nuestro verdadero yo con responsabilidad y libres de las trampas del victimismo, la dependencia o de la satisfacción inmediata.
En tiempos de crisis, como la que representa la pandemia mundial por COVID-19 y sus consecuencias, el riesgo de pérdida del sentido de la vida, de desconexión con los demás y con uno mismo, se incrementa, pues nos enfrentamos a la amenaza cercana y persistente de pérdida de lo que nos es más querido: nuestras familias y allegados, nuestro trabajo, nuestra libertad y hasta nuestra propia vida; por ello es de suma importancia mantener el foco sobre lo que son las dimensiones de una buena vida o sobre las principales palancas para una vida dichosa.
Criar y educar a nuestros hijos es una de las actividades que mayor sentido le dan a nuestra existencia. Por eso, la mayor parte de los padres daríamos nuestra vida por ellos. Una manera de poder darles nuestra vida, sin necesidad de perderla, es asumir el reto de ejercer en lo cotidiano de modelo para ellos sobre lo que es una vida con sentido.
Si como padres les decimos a nuestros hijos que la vida es muy difícil, complicada, y nos mostramos con frecuencia cansados, tristes, angustiados o deprimidos… flaco favor les estamos haciendo en la configuración de su carácter en un momento crítico de su evolución, así como en su potencial para poder llegar a vivir una vida con sentido.
Ellos deben ser una motivación más para ti. Muéstrales que tú vives una vida con sentido, o al menos que te esfuerzas en ello. Hazlo en conversaciones sobre ti, sobre tu trabajo, sobre tu vida, en películas que veis juntos, en actividades que hacéis… modela en ellos que vivir es una responsabilidad que vale la pena afrontar con entusiasmo y que pueden y deben ejercer su libertad para autodeterminarse y elegir su camino.
Cuídate, P.
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4 Comments
Pablo, muchas gracias por escribir este post. Gran reflexión sobre un problema actual e importante, y muy buenos consejos.
Gracias, Fernando.
Muy interesante este post. Llegué aquí buscando información sobre los estoicos y valió la pena. Frankl propuso su tesis sobre el motor que impulsa el día a día del hombre en el sentido de vida, frente a la búsqueda del placer según Freud o del poder según Adler. Hallar el sentido de vida es una tarea fundamental de cada uno y es algo personal que atañe a la responsabilidad que significa vivir con consciencia lo que decidamos como experiencia existencial. Gracias por esta reflexión y tantas que se muestran interesantes en este sitio. Saludos desde Venezuela, un país desafiante para el equilibrio y la salud mental en medio de una crisis humanitaria compleja y un gobierno autoritario que promueve la desesperanza.
Gracias, Franz. Mucho ánimo y suerte para todos los venezolanos que sufren la opresión y falta de libertad. Saludos.