Uno de los relatos míticos más extraordinarios de nuestro pasado colectivo, una historia tan sagrada como cualquiera de la literatura religiosa, nos habla de un hombre que intenta reivindicar su paternidad, de una mujer que añora a su marido y de un hijo que sale en busca del padre perdido.
Al comienzo de la Odisea de Homero, Ulises está sentado en la playa en mitad de sus no planeados viajes tras una guerra larga y difícil, deseando estar en casa con su hijo, su padre y la madre de su hijo. Con nostalgia y melancolía formula la siguiente pregunta: ‘¿Alguna persona hay que sepa quién es su padre?’, interrogante que muchos hombres y mujeres se plantean de diversas maneras. Si mi padre murió, o se mostraba ausente y frío, o si era un tirano, o si me maltrataba, o si era maravilloso pero ahora no está por mí, entonces, ¿quién es mi padre ahora? ¿De dónde saco esos sentimientos de protección, autoridad, confianza, experiencia y sabiduría que necesito para vivir? ¿Cómo puedo evocar un mito paternal de una manera que dé a mi vida la orientación que necesita?
La historia de Ulises nos da muchas pistas para encontrar a ese padre esquivo. Sin embargo, no comienza, tal como cabría esperar, con las penurias y aventuras del padre, sino con el hijo, Telémaco, aturdido por el caos que provocan en su casa los pretendientes que se disputan el afecto de su madre. El relato nos da primero una imagen de la ‘neurosis del padre ausente’. Sin padre hay caos, conflicto y tristeza. Por otra parte, al empezar por la desdicha de Telémaco, el relato nos enseña que las vivencias del padre incluyen su ausencia y el anhelo de su regreso. En el momento preciso en que Telémaco se lamenta de su situación, Ulises está en otra playa del mismo mar, padeciendo por la misma separación.
Hay algo frustrante en la Odisea. ¿Por qué los dioses no miran compasivamente a esta familia deshecha y permiten que Ulises llegue directamente a casa? La única posible respuesta que se me ocurre es que ese viaje de 10 años, peligroso y lleno de retos, es el proceso por el cual se llega a ser padre. Ulises pasa por muchas pruebas, hasta tal punto que su historia parece exactamente la de una iniciación en la paternidad. La verdadera paternidad no es evocada por la fuerza del músculo, sino por la iniciación en la familia y en la cultura, de manera profunda y transformadora.
Si el padre parece ausente en las familias de hoy, eso puede deberse a que está ausente en la sociedad como figura del alma. Hemos reemplazado la sabiduría secreta por la información, y esta no evoca la paternidad ni permite la iniciación. Si la educación hablara al alma tanto como a la mente, entonces podríamos construir la paternidad mediante nuestro aprendizaje.
Estoy hablando aquí de una figura profunda del padre, que se instala en el alma del individuo para proporcionarle un sentimiento de autoridad, del que es el autor de su propia vida, el cabeza de familia de sus propios asuntos. La Odisea añade a este proceso un tema interesante. Mientras Ulises está lejos, entregado a su preparación para la paternidad, en su hogar tiene un sustituto cuyo nombre es Mentor, que se ocupa de la casa y de enseñar a Telémaco.
En nuestra vida puede haber dos clases de figuras paternas: sustitutos que sintomáticamente desempeñan con nosotros el papel de padre, pero que interfieren en nuestra propia odisea; o bien figuras paternas que son verdaderos mentores y que promueven el proceso profundo de la paternidad al entender la limitación de su función y no usurpar para sí mismos, aun cuando enseñen y guíen, el papel del padre.
Algunos maestros dan la impresión de no entender la necesidad de sus discípulos de vivir una odisea e ir descubriendo su propia condición de padres. Esperan que sean una copia fiel de ellos y que profesen los mismos valores y manejen la misma información.
Algunos líderes del mundo empresarial o de la política consideran que su papel en la sociedad consiste más bien en promover su propia ideología personal que en servir como auténticos mentores; no entienden que el pueblo debe vivir su propia odisea colectiva para evocar en el nivel social una paternidad llena de alma. Se requiere una auténtica sabiduría para ejercer de mentor, y el placer que se siente al serlo proviene más bien de inculcar la paternidad que de encarnarla.
Basado en una selección de fragmentos del libro El cuidado del alma, de Thomas Moore.
Sé feliz, P.
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