Hace un par de años llegué al aeropuerto de Frankfurt para trabajar para una gran multinacional química. Al llegar me encontré con Kerem, un taxista turco perfectamente vestido, con corbata, y sonriente que me recibió con mi nombre escrito en una tableta electrónica a modo de letrero. Me dio la bienvenida a la ciudad con un muy buen inglés y me pidió que le diera mi maleta y que le acompañara hasta su taxi que estaba muy cerca.
Su taxi era un mercedes impecable, reluciente, brillante, limpio como una patena. Abrió la puerta de detrás del acompañante del conductor y me invitó a sentarme a la vez que me dio una tarjeta plastificada y dijo: ‘Póngase cómodo y por favor lea aquí cuál es mi misión como su conductor’. Desconcertado tratando de entender lo que estaba pasando, a la vez que leía la tarjeta vi cómo abrió la puerta delantera y movía el asiento hacia delante para dejar aun más espacio para mis largas piernas. En la tarjeta pude leer:
Misión de Kerem
Llevar mis clientes a su destino del modo más rápido, seguro y económico posible disfrutando de una experiencia agradable.
En el interior el taxi estaba tan limpio como el exterior, sin mácula. Cuando Kerem se sentó al volante tras poner mi equipaje en el maletero me dijo: ‘¿Desea tomar un café? Tengo dos termos, uno con café normal y otro con descafeinado’. Medio en broma le dije: ‘No gracias, preferiría un refresco’. Kerem sonrió y dijo: ‘sin problema; la guantera de este coche es una pequeña nevera y tengo Coca-Cola normal, light y zero, refrescos de naranja y limón, agua con gas y sin gas’.
Casi tartamudeando le dije ‘tomaré un agua con gas’. Y a la vez que me daba la bebida me dijo: ‘Si quiere algo de leer tengo Der Spiegel, Stern, Focus, y en inglés Time y Business Week’. A continuación Kerem me dio otra tarjeta plastificada a la vez que me dijo: ‘estas son las emisoras de radio que tengo con el tipo de música de cada una por si desea escuchar la radio. Hay también dos emisoras en inglés con noticias 24 horas’. Y por si eso no fuera suficiente Kerem me dijo que tenía la calefacción encendida y me preguntó si la temperatura estaba bien para mí.
Acto seguido me explicó cuál era la ruta que seguiríamos hasta mi destino, los kilómetros que íbamos a hacer, el estado del tráfico y la hora estimada de llegada. También me hizo saber que él estaba dispuesto a hablar conmigo si quería, que podía contarme algunos lugares de interés alrededor de mi destino, o que si prefería me dejaba tranquilo para que pudiera trabajar, descansar o simplemente estar con mis pensamientos.
Y sin poder salir de mi asombro lo único que se me ocurrió fue preguntarle, ‘dime Kerem, ¿siempre has tratado así a tus clientes?’ Pude ver su sonrisa por el espejo retrovisor y me dijo: ‘No, no siempre lo he hecho así. De hecho empecé hace dos años. Durante mis primeros cinco años como chófer estuve quejándome, día tras día, desde primera hora hasta el final de mi jornada, igual que hacen casi todos mis colegas taxistas. Hasta que un día oí hablar de ‘el poder de elegir’.
‘¿El poder de elegir?’ dije.
‘Sí, el poder de elegir significa que uno puede ser un pato o un águila. El parpeo del pato, ¡cua, cua, cua!, es como un sonido de queja, monótono, repetitivo y cansino. Por el contrario el águila se eleva entre las aves y vuela alto. Si uno se levanta por la mañana quejándose y esperando tener un mal día, lo normal es que sea así. ¡Deja de quejarte!, me dije. ¡No seas más un pato, Kerem; sé un águila! Depende de mí. Decidí cambiar mi actitud y ser un águila’.
‘A mi alrededor mis compañeros estaban todo el día quejándose. Y eso les llevaba a ser cada vez más antipáticos. Sus taxis estaban sucios, descuidados, y los clientes estaban descontentos. Así que yo decidí empezar a hacer algunos cambios. Unos pocos al principio. Y cuando vi que los clientes respondían positivamente decidí hacer más’.
‘Estoy seguro de que ha valido la pena’ le dije.
‘Sin duda’, Kerem exclamó. ‘En mi primer año como águila doble mis ingresos con respecto al anterior, a pesar de la crisis. Y este año creo que voy a más que doblar los del pasado año. Antes era de los que iba con el taxi por la calle en busca de clientes. Ahora ya no callejeo. Tengo muchos clientes fidelizados y me llaman cuando me necesitan. Algunos de ellos son empresas como la que me ha contratado para venir a buscarle. Y como yo no puedo llegar a todo, hoy mis ingresos vienen en una parte relevante de otros compañeros a los que doy trabajo con mis clientes’.
Kerem decidió elegir algo distinto para él. Decidió dejar de quejarse como un pato y empezar a volar como un águila. No hace falta ser un alto directivo o una persona ‘importante’ para decidir tomar las riendas de tu vida y ser un líder. El liderazgo está dentro de todos nosotros, al alcance de cualquiera en cualquier actividad humana. Y ese liderazgo está siempre relacionado con ser el creador de la vida que quieres, con ser el responsable del mundo a tu alrededor y con buscar siempre cómo servir a los demás mejor.
¿Adivinas quién fue mi conductor de vuelta al aeropuerto varios días después?
Sé un águila tú también, P.
P. D. Este breve relato es una ficción basada en una historia que conocí hace algunos años y cuyo origen desconozco.
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6 Comments
Qué bueno Pablo!! Desde que me apasiona el liderazgo intento abandonar mi actitud de pato pero es cierto que ante contrariedades de mi vida es cierto que en momentos difíciles que nos trae él universo me olvido de volar como un águila y me quedo en tierra como un pato!! Gracias por recordarme que puedo ser águila si me lo propongo. Un abrazo
Gracias, querida Beti. Tenemos que esforzarnos por poder ser águilas. Beso, P.
Nuevamente genial, Pablo, relató ejemplar. En lugar de las novelas ejemplares de Cervantes, si me lo permites, este tipo de relatos que nos brindas cada semana, los bautizaría como «Los relatos ejemplares de Pablo».
Sigue así.
¡Ostras, Javier! Compararme nada menos que con el ilustre manco de Alcalá de Henares! ¡Vaya tela! Te lo agradezco mucho y me anima a seguir. Abrazo, P.
No dejas de sorprenderme Pablo!
Me leo varias veces tus posts cada semana, son un buen estímulo para intentar crecer personal y profesionalmente.
Un abrazo!
¡Gracias, querido Augusto! Son ya unos 20 años desde que nos conocimos. ¿Recuerdas? 🙂 Si no dejo de sorprenderte me parece un gran cumplido. Abrazo grande, P.