Una de las más importantes lecciones que el estoicismo nos enseña es enfocar nuestros esfuerzos, nuestras energías, en aquello que depende de nosotros, y dejar con aceptación que el universo se encargue del resto. Esto nos puede ahorrar montones de energía y muchas preocupaciones.
Fácil de decir y muy difícil de hacer, porque tenemos la tendencia a apegarnos al resultado de nuestros esfuerzos, el cual nunca depende de nosotros. Ya hablé sobre la importancia del desapego en el liderazgo. Este desapego respecto del resultado de nuestros esfuerzos es esencial para una vida serena y en paz, para preservar nuestra integridad y la compostura ante cualquier adversidad. Desde ahí es mucho más probable que hagas buenas elecciones en momentos de la verdad.
Para explicar esta lección, Cicerón utilizaba la metáfora del arquero. Este tiene muchas cosas sobre las que puede ejercer el control. Puede decidir cuánto tiempo entrena y con qué intensidad lo hace; puede elegir el arco y la flecha que estime oportunos; puede elegir también cuándo soltar la flecha. En definitiva, si es un arquero competente y serio, habrá hecho todo lo que está en su mano hasta que la flecha sale de su arco.
¿Alcanzará entonces la flecha el objetivo pretendido? No lo sabemos. Eso, definitivamente, no depende del arquero. Un golpe de viento repentino puede desviar la flecha. Algo puede inesperadamente interponerse entre la flecha y el objetivo. O si es un blanco móvil, como sería un animal o el enemigo en el campo de batalla, este puede moverse para evitar la flecha.
Y así Cicerón concluye que uno puede escoger su objetivo (eso depende de nosotros) pero no puede apegarse a alcanzarlo, porque ello no depende de nosotros. Un arquero estoico sabe que él ha hecho a conciencia todo lo que estaba en su mano para alcanzar el objetivo. Pero también sabe que debe estar preparado para aceptar cualquier resultado, incluso uno negativo, porque el resultado nunca está bajo su control.
Esta dicotomía estoica del control aplica en cualquier ámbito de nuestra vida. Yo la he vivido junto a muchos de mis clientes en el coaching ejecutivo frente a situaciones difíciles para ellos. Comparto un ejemplo que he vivido varias veces con altos directivos de empresas de consultoría.
Imagina que estás a punto de conseguir una promoción profesional que llevas tiempo deseando, para la que te has preparado durante mucho tiempo. Es más que razonable que la consigas, teniendo en cuenta cómo te has preparado, los resultados extraordinarios que has mostrado desde hace años, la buena reputación y relación que tienes con tus clientes, con tu jefe, con tus colegas y con tu equipo.
Imagina que mañana es el día en que se decide si obtienes esa promoción o no. Desarrollar una actitud estoica significa que vas a tener una buena noche, en la que vas a dormir bien, relajado y tranquilo. De modo que a la mañana siguiente estarás en perfecto estado para afrontar lo que venga con gran confianza.
La confianza no depende del resultado obtenido, que está fuera de control. El resultado depende de muchas otras variables que no están en tu mano. La confianza se basa en el hecho de que tú sabes que has hecho todo lo ha estado en tu mano para conseguir esa promoción, porque eso es lo único que está bajo tu control (que por cierto, este es el cuarto acuerdo de los cuatro de Miguel Ruiz).
Pero el universo, la providencia, o Dios si lo prefieres, nunca se pliega a tus deseos; sino que hace lo que quiere hacer. Tu jefe, otros directivos de tu empresa, tus clientes, tus colegas, tus reportes directos, y muchísimos otros variables, no se comportan como tú deseas; son parte de un universo que no controlas.
Un ejemplo propio es el de mi relación con mi hija mayor, Lucía. Nacida en Barcelona en 2003, vive en Argentina desde 2006. Desde entonces he ido regularmente, al menos dos veces por año, a visitarla para compartir tiempo con ella. En 2013, recién aterrizado en una de mis visitas, me rechazó. A mí y a su abuela que me acompañaba en aquel viaje. Lucía dejó de querer estar conmigo.
Hasta entonces y desde el día que nació, su actitud hacia mí era como la de cualquier niña amorosa y cariñosa con su padre. Cuando llegaba desde España para estar con ella unos días, se le caía la baba al verme, sus ojos centelleaban de ilusión, alegría y amor al mirarme. Me besaba y abrazaba como si no hubiera mañana. De repente, a punto de cumplir sus 10 años, la cara de Lucía se tornó hosca y dura, su actitud despectiva y desdeñosa. Ya no quería estar con su padre.
Mi reacción inicial fue la de dolor y rabia. También pasé por el arrepentirme de haber tomado algunas decisiones en el pasado que podían haber conducido a esa situación. La frustración y la impotencia me embargaban. El estoicismo enseña que todas esas emociones, siendo comprensibles y normales, son un desgaste absurdo de nuestra energía emocional. No podemos cambiar el pasado (está fuera de nuestro control). Lo que sí podemos y debemos hacer es aprender de él. El único momento en el que podemos hacer algo es hic et nunc (aquí y ahora). Y eso sí depende de nosotros.
La actitud adecuada ante el rechazo de mi hija es la de sentirme tranquilo sabiendo que hice todo lo que sabía y podía para cuidar su bienestar y nuestra relación. De hecho, aún lo sigo haciendo en la distancia, y lo seguiré haciendo siempre. No solo es incondicional el amor que siento hacia ella; también lo es mi intención y voluntad de estar siempre disponible para ayudarla. Tenga éxito o no, acepto con serenidad y tranquilidad lo que ocurra.
Esto no implica el haber caído en la resignación, el fatalismo o la desesperanza. Madurar, hacerse adulto, desarrollar tu liderazgo, implica saber aplicar en tu vida la conocida y estoica…
Señor, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,
valentía para cambiar las que sí puedo,
y sabiduría para discernir la diferencia.
Reitero, por lo fundamental que es, que no hay resignación en la actitud estoica. El estoicismo a veces se confunde con una suerte de pasividad resignada ante la vida. No es así. Más bien al contrario. Separar aquello sobre lo que tienes control de aquello sobre lo que no tienes, aceptando con serenidad el resultado, sea el que sea, te permite vivir con más paz y bienestar, ahorrando muchísima energía que puedes canalizar con éxito en hacer todo aquello que depende de ti. También puede evitar que enfermes o pierdas la cabeza cuando la adversidad es mayúscula.
Los estoicos clásicos eran gente de carácter, maestros, políticos, generales, emperadores… No eran del tipo de personas que se entregan al fatalismo; eran lo suficientemente sabios como para distinguir entre sus objetivos internos, sobre los que tienen control, y el resultado externo de sus acciones encaminadas a conseguir esos objetivos, sobre el que pueden influir pero no tienen control.
La triste y lamentable situación con respecto a mi hija Lucía, que el pasado verano tuve que volver a vivir de un modo similar con su hermano Matías, me ha ayudado a desarrollar, a internalizar y a adoptar una actitud estoica ante la vida que me ha permitido mejorar mucho la resiliencia, la paciencia y la aceptación serena de aquello que no controlo, sobre todo frente a los resultados adversos. Y sé que esta mejora nunca acabará.
Confío también que, con el tiempo, será una valiosa lección de la que Lucía, Matías, e incluso su hermana pequeña Cloe, podrán aprender.
Cuídate, P.
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6 Comments
Buenos dias Pablo, gracias, me encanta dejar las sensaciones que tus escritos generan en mi, la nota personal de este escrito me ha dejado un silencio interno, no pensaba que se podia sentir un respeto y admiracion por alguien, eres grande en todos los planos, gracias por compartir y sembrar estas semillas de consciencia, tambien son herramientas pero cuando resuenan como esta son mucho mas que una mera herramienta. Gracias.
Mil gracias, querido Alfonso. Nos vemos pronto en Jumilla y Almansa. Abrazo, P.
Que gran lección la de hoy. Gracias Pablo.
Gracias, Miguel Angel.
Muchas gracias por estos conceptos filosoficos,Gracias
Gracias a ti, Orlando.