“Es preciso tener mucho cuidado de no irritarse con los hombres, y con el mismo cuidado alabarles. Son dos excesos contrarios a la vida social y que pueden ser dañinos. Al momento de sentirte enfadado, no olvides que es indigno del hombre dejarse arrastrar por la cólera, y que la paciencia y la dulzura son las cualidades al mismo tiempo más humanas y más fuertes. Indican vigor, coraje y energía, y no se puede decir lo mismo de la cólera y el despecho. Cuanto más se aproxima la paciencia a la impasibilidad, mayor es su fuerza. Si la tristeza es un signo de debilidad, la cólera es otro.” Meditaciones (libro undécimo), Marco Aurelio.
La ira es una de las emociones más habituales en nuestros clientes de coaching ejecutivo para la alta dirección. Esto es así tanto por sus circunstancias como por su carácter; por un lado está el estrés y la presión con la que viven en este entorno VUCA de continuas demandas imposibles; y por otro el hecho de que los que suelen llegar a esas posiciones de responsabilidad tienden a mostrar un ego mayor que el promedio de la población. La ira no deja de ser una de las manifestaciones del ego.
Por eso he escrito recientemente dos entradas sobre la gestión de la ira (cómo gestionar la propia ira y cómo gestionar la de los demás). Y ello me lleva a concluir esta serie sobre la ira con la visión, siempre práctica, inspiradora y muy actual, que el Estoicismo nos brinda sobre la ira.
Aristóteles dice que la ira es necesaria, pero dominada por la razón. Séneca refuta al gran maestro de Estagira, argumentando que si lo que aparece es ira de verdad, entonces esta es incompatible con la razón. Si es una ira “razonable” ya no es ira. Y descarta también la creencia de que la ira moderada es buena, argumentando que un mal en menor medida nunca puede convertirse en un bien.
Añade Séneca, quien escribió todo un ensayo sobre la ira, que esta no solo es contraria a la naturaleza del ser humano, sino que es inútil e indeseable. La razón solo es más fuerte cuando está alejada de las pasiones. Cuando las pasiones aparecen, toman las riendas y no pueden ser dominadas por la templanza. Por ello mismo, hay que rechazar los impulsos de la ira en su misma raíz.
Finalmente, dice Séneca que la ira ni siquiera es útil contra el enemigo, porque en la guerra se consigue más con la serenidad, la reflexión y la estrategia, mientras que la ira favorece las derrotas. En el caso de injusticias o atentados contra la familia, en vez de la ira son más útiles la piedad y la virtud, que llevan a actuar con calma y diligencia.
Algunos estoicos admiten hasta cierto punto la expresión de la ira como algo natural. En cualquier momento puede ocurrir algo que te altere el ánimo y te haga mostrarte visiblemente enfadado. Alguien podría ser impertinente, el coche dejar de funcionar en la situación más inoportuna, o una persona de tu equipo cometer un error crítico a pesar de que le hayas dejado muy claro lo que debía hacer. Tu comportamiento instintivo en esas circunstancias puede ser enfadarte con bastante afectación. Y eso puede ser, como decía, hasta cierto punto natural.
Pero todo el Estoicismo está de acuerdo en que aunque mostrar ira pueda ser un comportamiento “natural”, ello no lo convierte en bueno o deseable. Observa Marco Aurelio en el libro undécimo de sus Meditaciones: “¡Cuán mayor es el mal causado por la cólera y el enfado suscitados por las acciones que otros nos hacen que las mismas acciones que nos encolerizan y desazonan!”
Levantar la voz y quejarte notoriamente puede hacerte sentir bien por unos segundos, pocos, pero ¿acaso soluciona el problema? Nunca. Discutir con una persona mal educada solo le ofrece a esa persona una nueva oportunidad de mostrar su mala educación. Irritarte porque el coche no funciona, no lo va a hacer funcionar. Quizá solo suba tu presión arterial, tu nivel de estrés.
¿Vas a cantarle las cuarenta a miembro de tu equipo descuidado o insensato? A partir de ese momento subirá su resentimiento hacia ti. E incluso será más probable que vuelva a equivocarse en el futuro porque estará más nervioso, inseguro o cohibido.
La expresión de tus emociones, y la ira entre ellas, siempre es una elección y un hábito. Y como todo hábito, modificable. Siempre puedes elegir la calma sobre la ira; puedes elegir la valentía sobre el miedo; puedes elegir la alegría sobre la tristeza; y el optimismo sobre el negativismo y el pesimismo. ¿Qué elección es más deseable, más productiva? ¿Qué elección daña más a quien elige? Recuerda que las circunstancias nunca cambian como resultado de cuánto te enfades con ellas.
Deja de malgastar el tiempo (o el dinero o energía…) enfadándote con cosas que son indiferentes a tus emociones. Mostrar tu ira a objetos inanimados, situaciones o entidades no va a cambiar nada. Es como pensar que puedes tomarte un veneno esperando que sea otro el que muera.
Con la ira no ayudas a nadie. De hecho, suele empeorar las cosas. Cualquier desafío se afronta mejor con la cabeza fría, de modo racional. Incluso aquellos en posiciones de poder, que saben que la ira puede ser una herramienta poderosa y eficaz, suelen pensar que hay una gran diferencia entre expresar la frustración de modo deliberado y explotar y perder el control. Sin la capacidad para reconocer y gestionar tus emociones, te conviertes en su esclavo.
Y hablando de esclavo, Epicteto solía decir a sus discípulos “Recordad que somos nosotros quienes nos atormentamos, quienes elegimos dejarnos embargar por la ira. Por ejemplo, ¿qué significa ser insultado? Párate junto a una roca e insúltala, ¿qué has logrado? Si alguien responde a los insultos como una roca, ¿qué ha ganado el agresor con sus palabras?”
Está claro que los seres humanos no somos rocas y que desarrollar esa actitud impasible hacia los insultos o cualquier adversidad requiere tiempo, enorme determinación y mucha práctica; pero una vez que vamos logrando desarrollarla, las cosas empiezan a cambiar en positivo. Nuestras relaciones mejoran. Nuestra satisfacción personal y la de quienes nos rodean también.
Es interesante notar que cuando alguien trata de agredirnos, pero conseguimos no perder nuestro centro y no le seguimos su juego, esa persona sigue acumulando ira mientras nosotros conservamos nuestra serenidad y paz interior. En la práctica, equivale a rechazar un “regalo no deseado” que solo puede hacernos daño.
En mi opinión, si esta fuera la única enseñanza que obtienes del Estoicismo, incluso si no consideraras ninguna más de sus grandes lecciones, tendrías trabajo personal suficiente para el resto de tu existencia. Por mucho que vivas, no podrías acabar el valor que te pueden aportar estas recomendaciones. Te lo digo por experiencia… propia.
Cuídate, P.
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