Cuando era niño, e hice la catequesis preparatoria para mi primera comunión y solía ir a misa con mis padres, los conceptos de cielo e infierno estaban muy presentes en mi vida. Entonces pensaba que en función de lo bueno o malo que fueras aquí en la tierra, luego, sin saber muy bien ni cuándo ni cómo, uno iría al cielo o al infierno.
Más tarde, más crecido y alejado de la práctica del catolicismo, aprendí que cielo e infierno son lugares que recreamos constantemente aquí en la tierra. Y que además ello no depende tanto de nuestras circunstancias externas sino de las emociones internas asociadas a los pensamientos desencadenados por esas circunstancias.
Y respecto a las emociones más negativas, el infierno, también me di cuenta de que si realmente fuésemos conscientes de su impacto negativo, tanto en nosotros, en nuestra salud, como en nuestras relaciones con los demás, ni de lejos seríamos tan indulgentes con ellas y con nosotros como acostumbramos a ser.
Esta parábola zen, que vi por primera vez en la conocida Inteligencia Emocional de Daniel Goleman, ilustra el asunto:
Un famoso samurái fue una vez a ver a un sabio monje anciano. ‘¡Monje!’, ladró el samurái con la voz de quien está acostumbrado a que le obedezcan al instante. ‘Enséñame sobre el cielo y el infierno.’
El monje miró al poderoso guerrero y le respondió con sumo desdén:?’¡¿Que te enseñe sobre el cielo y el infierno?! Nada puedo enseñarte. Eres demasiado necio, además de indecente. Toda una deshonra y una vergüenza para la estirpe de los samuráis. ¡Fuera de mi vista! ¡No te tolero!’?
El samurái se puso furioso. Con el rostro enrojecido por la ira, incapaz de pronunciar una palabra, desenvainó su enorme espada para acabar con la vida del insolente monje. El monje miró al samurái fijamente a los ojos y le dijo suavemente:?’Eso es el infierno.’?
El samurái quedó paralizado, reflexionó y comprendió cuán sabio y sobre todo cuán generoso era aquel monje que estaba arriesgando su vida para explicarle qué era el infierno. Bajó la espada y cayó de rodillas ante él, lleno de gratitud. Entonces el monje dijo, suavemente: ‘Y eso es el cielo.’
¿Cómo puedes mejorar en la práctica la gestión de tus emociones?
Como líder es esencial que aprendas cómo funcionan las emociones y cómo gestionarlas con dominio. Ser un líder eficaz implica comprender que todos somos criaturas emocionales que en ocasiones somos dirigidas o arrastradas por nuestra parte del cerebro no racional y más primitiva. Así nuestro comportamiento no se puede explicar solo por nuestra voluntad, de un modo racional. Por eso es importante también indagar en las intenciones de los demás, que sí que son más conscientes y racionales, y no juzgarles solo por sus obras.
Eso sí, todos tenemos el deber de comprender y gestionar, mucho mejor que el aguerrido samurái, nuestras propias emociones. Y al adquirir más destreza sobre tu gestión emocional tendrás una mayor y más profunda comprensión de cómo funcionan las personas que te rodean. Podrás ser más eficaz en cómo reaccionar ante ellas, en cómo motivarlas o inspirarlas.
Lamentablemente, veo a muchas personas que por su incapacidad para gestionar sus emociones viven en un auténtico infierno aquí en la tierra. Y otras que, gracias a su buena gestión emocional, son capaces de crear momentos celestiales para ellos y los que les rodean. Esos son líderes.
¿Cómo lo llevas tú? Cuídate mucho, P.
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1 Comment
Interesante reflexión sobre cielo e infierno, solo me gustaría aportar precisamente lo que refleja utilizar estas palabras en nuestras situaciones diarias y cotidianas. Ese alejamiento de una situación de equilibrio entre nuestros pensamientos y nuestra conducta es lo que nos provoca todas esas contradicciones que llamamos «infierno». Coincido con Simón Dolan que el estrés es la incongruencia en los valores. Esos ataques de ira se evitarían si fuéramos mas congruentes en nuestros valores incluyendo los espirituales, que están allí, muchas veces dormidos. Según Dante en la puerta del infierno hay una frase «Abandonad toda esperanza aquellos que entréis aquí», por eso espero y deseo no acabar allí. Mientras tanto eduquemos en valores y conseguiremos el equilibrio que necesitamos para convertir este mundo en un reflejo del cielo.