John Wooden no solo es uno de los mejores entrenadores de baloncesto de todos los tiempos, también es un estoico contemporáneo y una de mis principales referencias inspiradoras. Escribí ya sobre él hace seis años para compartir su definición de éxito.
De él tomé en primer lugar la idea de esta paradoja: las personas con más éxito en la vida, aquellas que consiguen resultados extraordinarios, que son referencia y auténticos maestros en su profesión, no están preocupadas por ganar. No suelen hablar de ello. Sin embargo, en mi práctica como coach de ejecutivos y de equipos de alta dirección encuentro muchos perfiles de personas de éxito que tienen el patrón de querer ganar siempre, a lo que sea.
Esta es también la experiencia de Marshall Goldsmith, la referencia mundial en el coaching ejecutivo. Marshall dice que el problema más habitual de los ejecutivos más exitosos con los que trabaja es su adicción a ganar, querer ganar demasiadas veces. En sí, ganar no es malo, sino todo lo contrario. Pero el deseo de ganar puede convertirse en un problema para las relaciones, sobre todo cuando el tema en cuestión no tiene demasiada importancia. A algunos les cuesta reconocerse en este problema. Pero te animo a que hagas el test que propone Marshall:
Te apetece ir al restaurante X a cenar. Tu pareja, amigo o amiga quiere ir al restaurante Y. Tenéis una acalorada discusión sobre el tema y acabas yendo al restaurante Y. La comida está mala y el servicio es terrible. ¿Cuál es tu reacción más probable?
Opción A: Criticas la experiencia que estáis teniendo. Le haces saber a tu compañía que ello se podía haber evitado yendo al restaurante de tu elección, y que por tanto se ha equivocado.
Opción B: Te callas. Te comes la comida. Tratas de disfrutar lo que puedas de la compañía y tener una buena velada.
El 75% de los clientes de Marshall yerran y eligen la opción A o alguna versión de esta. Por supuesto elaboran una versión matizada de la opción A para, de nuevo, volver a ganar el argumento. La correcta es la opción B. Callarse y tratar de disfrutar. No hay nada que ganar en esa situación mediante la crítica y la queja.
¿Por qué a los mejores líderes, a las personas que consiguen más en la vida, que dominan su profesión, no les importa ganar? Porque persiguen algo más grande. Van detrás de lo que otro estoico ilustre, Posidonio de Apamea, le dijo al general romano Pompeyo el Grande: el objetivo de los grandes hombres es ser mejores, no los mejores. Siempre persiguen la maestría personal. Tratan de maximizar su potencial.
Marco Aurelio no medía sus logros como emperador de Roma comparándose con sus predecesores. Su intención era mejorar, ser el mejor emperador posible de acuerdo con su propio criterio. Aspiraba a ser bueno. A ser amable y respetuoso. A tener control sobre sí mismo. A vivir para ser el hombre que la filosofía le animaba a ser.
Ganar es como ser millonario. Es algo ciertamente deseable, pero no es algo que puedas controlar, que dependa de ti. Lo que puedes controlar es el estar ahí, el esforzarte al máximo, el aprender sin parar, el ajustar tu comportamiento a tus valores o principios, el perseguir tu vocación, tu propósito. Si eso se traduce en que tienes éxito en tu vida, pues fantástico. De hecho, a menudo sucede así. Disfrútalo. Si se traduce en que ganas dinero y consigues reconocimiento, pues sensacional. De nuevo, ocurre con frecuencia. Pero a veces no ocurre, o incluso ocurre lo contrario.
Por eso, los mejores líderes, las mejores personas, aquellas que inspiran a otras y consiguen logros extraordinarios como John Wooden, Posidonio de Apamea o Marco Aurelio, no se enfocan en ganar, sino que se comprometen siempre con alcanzar su mejor versión. Se miden a sí mismos con un estándar interno. Confían en ello y dejan que el resto ocurra como deba ocurrir.
Cuídate, P.
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