“No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”. Víctor Hugo.
Hace unas semanas que en AddVenture terminamos el mayor estudio que hemos realizado sobre nuestra propia práctica profesional tras una década trabajando con CEOs y sus equipos de liderazgo. Ha sido un esfuerzo notable simultanear durante unos meses nuestro día a día con clientes, con la inmersión en la reflexión profunda y con perspectiva sobre ese mismo trabajo que realizamos. Y también lo ha sido sintetizar en solo 25 páginas los principales aprendizajes de esa reflexión.
Si tengo que quedarme con un único aprendizaje del estudio, el más importante o crítico para líderes contemporáneos, este sería que el Liderazgo al Servicio (Servant Leadership) es el concepto más poderoso para prosperar en este entorno ultra-VUCA. Es una idea, como digo arriba en la cita, a la que le ha llegado su tiempo. Sin duda.
Es algo increíble que en 1970, un adelantado a su tiempo como Robert Greenleaf, escribiera su seminal ensayo El servidor como líder (The servant as leader). Todos nosotros, cinco décadas después podemos ver cómo esa idea, tan innovadora entonces, no ha dejado de fortalecerse. Autores tan destacados como Ken Blanchard, Peter Senge, Stephen Covey, Margaret Wheatley… tomaron el testigo de Greenleaf e incorporaron esta idea a sus propuestas centrales sobre la gestión en las empresas.
Es importante notar que para todos ellos el liderazgo va en primer lugar de servir. Uno es servidor, antes que nada. Lo es porque siente el irrefrenable impulso de querer servir a otros, en oposición a querer tener poder, influencia, fama, reconocimiento o riqueza. Es la motivación de servir a los demás lo que mueve a algunas personas a ocupar posiciones de liderazgo, de influencia (véase, por ejemplo, Gandhi).
La esencia de ese querer servir como líder es la autoridad moral. Y debajo de esa autoridad moral siempre hay una batalla entre nuestra mejor versión (o esencia) y nuestro ego. Es una batalla estrictamente personal, que nunca termina y que exige enormes sacrificios. Y aunque son pocos, muy pocos, los que están comprometidos a emprenderla y mantenerla en el tiempo, también es cierto que cada día son más los directivos que nos encontramos comprometidos con ese camino.
Esa batalla implica subordinar tus intereses personales a una causa o principios que van más allá de ti. Conectar y vivir con un propósito mayor que uno mismo. Esa batalla implica desarrollar una consciencia personal pacífica, serena, tranquila y generosa; en oposición a un ego tiránico, controlador, atemorizado, despótico o dictatorial…
Esa batalla implica desarrollar una consciencia de que creces y te realizas sirviendo a otros en comunidad, en vez de centrarte en la propia supervivencia, en la ambición egoísta o la exclusión de los demás; en no clasificar las relaciones con los demás en ‘amenazantes’ o ‘no amenazantes’, como niños pequeños que clasifican a las personas como ‘buenas’ o ‘malas’.
Esa batalla implica evitar caer en las garras de un ego que no distingue cuán severa es una crisis o amenaza, que reacciona sin saber cómo o cuándo responder. Sino que implica desarrollar una consciencia que permita discernir la gravedad de la amenaza, que tiene un amplio abanico de respuestas y que cuenta con la paciencia y sabiduría para decidir qué hacer y cuándo hacerlo.
Solo con el desarrollo de esa consciencia uno es capaz de adaptarse a la complejidad que nos rodea.
Esa batalla implica aplacar a un ego que nunca descansa, que microgestiona, que desempodera, que reduce nuestras capacidades y sobre-controla. E implica promover, en cambio, una consciencia que se auto-controla, que confía en las capacidades de los demás, ve su potencial y los empodera. Que reconoce la valía y el valor de todas las personas y afirma su libertad para elegir.
Esa batalla implica no sentirse amenazado o herido por el feedback, no castigar al mensajero, ni interpretar todo en términos de mi supervivencia, cayendo en la censura o en negar la realidad. Vencer esa batalla significa alcanzar un nivel de consciencia donde se aprecia el feedback, donde se valora la información que recibimos sobre el impacto en los demás de nuestro comportamiento, y donde uno sabe discernir la parte de verdad que contiene.
¿Cuál es la base de todas esas batallas, de la guerra contra el ego, en definitiva? La duda. La duda que distingue a aquellos realmente comprometidos con una causa de aquellos que son fanáticos de esa causa. El líder que sirve y está comprometido con un proyecto siempre duda. El fanático está en lo cierto. Tiene la respuesta y sabe exactamente lo que está ocurriendo.
Hace muy pocos días murió el enorme Humberto Maturana. Él decía que cuando una persona le dice a otra lo que realmente ocurre en una situación, lo que está haciendo es pedirle obediencia. Y se la pide porque cree que él tiene una visión privilegiada de la realidad. Para Maturana eso es biológicamente imposible. Nadie tiene esa visión privilegiada. Todos estamos ciegos, biológicamente ciegos, al menos parcialmente. No podemos ver el mundo que nos rodea, sino solo el mundo que estamos preparados para ver.
Cuídate, P.
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2 Comments
Fantástico, muy interesante, muchas gracias.
Gracias, Pilar.