Matías se sentía frustrado y desorientado desde hacía meses. Sabía que la adolescencia era una etapa difícil pero él esperaba que a sus 18 años ya estaría dejando lo peor atrás. Y ese día, a solas con su padre en casa, le dijo:
‘Siento que no tengo control sobre mí, sobre mi vida y sobre lo que quiero. Mamá siempre suele decirme lo que debería hacer, tú también a veces, mi tutor en el colegio también, lo mismo que mi hermana mayor y hasta algunos de mis amigos. Y las cosas cambian constantemente y no siento que haya nada seguro o estable a mi alrededor. ¡No sé que hacer!’
Su padre asintió en silencio y se fue un momento de la sala volviendo a los pocos segundos con el ajedrez. Tanto a Matías como a su padre les encantaba jugar al ajedrez. Se sentaron ambos y colocaron las piezas en el tablero. Matías siempre con las blancas. Padre e hijo empezaron a intercambiar turnos de modo casi automático, sin intención aparente, y entonces el padre le preguntó:
‘¿En el ajedrez, quién eres?’
‘En este momento me siento como un peón. Mis posibilidades de movimiento son muy limitadas y mi impacto es muy reducido’, respondió Matías.
‘¿Y quién te gustaría ser?’, le preguntó su padre.
‘¡Obvio! ¡Me gustaría ser la reina! Se puede mover en cualquier dirección y a gran velocidad y es la pieza más temida del tablero, y la más deseada cuando un peón corona.’
‘¿Estás seguro de que te gustaría ser la reina?’
‘Por supuesto. ¿No te parece evidente?’
El padre de Matías se echó hacia atrás en su silla por un momento y dijo con voz tranquila pero firme: ‘No necesitas ser ni el peón ni la reina. Para ser la persona que quieres y puedes llegar a ser debes ser quien ya eres ahora: el jugador que mueve las piezas en el tablero. Deja de ser empujado por otros y asume la responsabilidad de tu vida. Son muchas las personas de este mundo cuya vida está dominada o controlada por las decisiones de otros o por el qué dirán. Por sus jefes, sus padres, sus compañeros de trabajo, los vecinos; por lo que dicen los medios de comunicación o los políticos.’
‘Tú, hijo mío, eres el jugador que mueve las piezas desde que te enseñé a jugar al ajedrez cuando tenías cinco años. Y a los ocho ya me ganaste por primera vez en serio, sin que yo me dejara. Empieza ahora a mover la piezas en tu vida. Hazte cargo y haz lo que tú quieras hacer. No nacimos para ser piezas que son movidas por otros en el tablero; hemos nacido para influir positivamente en los demás, para servir, para mejorar el mundo en el que vivimos’
Mientras su padre hablaba, Matías tomó una pieza y la movió a la vez que decía ‘¡Jaque mate, papá! Te gané de nuevo’. Se levantó de su silla, le dio un abrazo a su padre y se fue de la sala un palmo más alto de lo que ya era y decidido a cambiar el mundo.
Sé feliz, P.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.
ACEPTAR
8 Comments
grande Pablo ! este es para compartir con mi hijo !
Grandes lecciones! Grandes consejos! Qué grande eres Pablo. Gracias por compartirlo!!
Muy bueno!! Esto comparto con mi hija y algunos amigos.
No sé jugar al ajedrez, per me gusta! Gracias Pablo
Interesante reflexión, aplicable a todas las edades. Gracias Pablo
Excelente lección!.Para no olvidar y compartirla!. Muchas gracias Pablo.
Aunque aparenten ser contradictorios, el cuento me ha evocado ese inmenso soneto de Borges sobre el ajedrez, cuyos tercetos reproduzco por puro placer estético:
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Bien pensado, quizá el mensaje del libre albedrío del cuento también esté presente en ese borgiano juego de espejos de Dios detrás de Dios detrás de Dios detrás de Dios.
Y, como siempre, Pablo, me sumo al agradecimiento por tus comentarios y recomendaciones.
Excelente lección!. Para no olvidar y compartirla……. Muchas gracias Pablo.