Escribí la semana pasada sobre The Leadership CircleTM, la mejor metodología que conozco para gestionar el desarrollo del liderazgo en el entorno organizativo.
Hoy comparto una fábula que nos habla de una de las tres tendencias reactivas que limitan el liderazgo, recogidas en esa metodología: la complacencia del líder, el querer quedar bien con todos buscando el agradar, ser aceptado y complacer.
Incluso entre aquellos líderes más exigentes y demandantes se da con mucha frecuencia esta complacencia, la tendencia a querer agradar y ser aceptado.
Se le atribuye a Tony Blair el decir que el arte del liderazgo es saber decir no en vez de decir sí. Es demasiado fácil decir sí. Otra conocida cita atribuida a varios autores dice así: no sé cuál es la clave del éxito, pero la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo.
La complacencia no es algo con lo que se nace. Sin duda, se desarrolla durante nuestra existencia, principalmente durante los primeros años y como resultado de un apego inseguro que despierta varios miedos que alimentan la tendencia a querer complacer y agradar.
Elegir ser popular en vez de mantener a los demás responsables y exigir resultados es una tentación muy común en la que caen bastantes altos directivos, como refleja Daniel Poch en su recomendable serie sobre el recomendable libro The five temptations of a CEO, de Patrick Lencioni (muy buena lectura para estas fiestas).
Un granjero y su hijo salieron de su granja para llevar a un asno a una feria cercana con la intención de venderlo. No habían caminado mucho cuando se encontraron con un grupo de mujeres reunidas en torno a un pozo, donde lavaban ropa sin dejar de hablar y reír. Y una de ellas, dijo gritando: ‘Mirad allí: ¿visteis alguna vez semejante estupidez? Esos dos caminando cuando podrían montarse en el asno.
El granjero, al oír el comentario, decidió decirle a su hijo que dejara de caminar y se subiera al asno. Y así caminaron un buen trecho más.
Más tarde, junto al camino se encontraron con un grupo de viejos que, sentados bajo la sombra de una enorme morera, debatían animadamente. Y uno de ellos, de nuevo con gran voz, dijo: ‘¡fijaos cómo están las cosas hoy en día! ¡ya no se respeta la vejez! Ese muchacho va cómodamente sentado en el asno cuando su anciano padre tiene que caminar. ¿Por qué no te bajas, comodón, y dejas a tu padre que descanse sobre el lomo del asno?’.
Ante el comentario, el granjero hizo desmontar a su hijo y se subió él al asno.
Continuaron el camino de este modo, y tras unos 20 minutos se encontraron con un grupo de mujeres y niños que caminaban en dirección opuesta a ellos. Y el granjero oyó varias voces que casi al unísono decían: ‘mira a ese viejo vago y desvergonzado: él va cómodamente sobre el animal y lleva a su hijo andando cuando casi no puede mantener el ritmo de la marcha’.
El buen granjero, abochornado, agarró a su hijo y lo subió al asno detrás de él.
Estaban ya cerca de la cuidad cuando se encontraron con un hombre que le inquirió al granjero: ‘¿ese asno es suyo?’ Y el granjero dijo: ‘Sí, lo llevamos a la ciudad para venderlo’. Y el hombre le contestó: ‘pues cualquiera lo diría, porque cargándolo con tanto peso su aspecto es lamentable. ¿Por qué no lo lleváis entre vosotros dos para que pueda descansar un poco antes de llegar?’
Y así, el granjero y su hijo cogieron una gran rama de árbol, ataron las patas del asno para que pudiera ir sujeto a la rama, y lo cargaron sobre sus hombros. Y así caminaron hasta llegar a un puente sobre un río. En mitad el puente, padre e hijo sintieron como una multitud de gente se reía a carcajadas de ellos, al ver cómo cargaban con el pobre asno que tampoco se sentía muy cómodo viajando así. En parte por esta incomodidad y en parte por el ruido de la multitud, el asno rompió las cuerdas que lo sujetaban y resbaló al río.
En este momento el granjero, molesto y muy enfadado consigo mismo, decidió volver a casa diciéndose lo estúpido que había sido tratando de complacer a todo el mundo para acabar no complaciendo a nadie y perdiendo finalmente al asno.
Cuídate, P.
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2 Comments
Gracias por compartir la fábula que no conocía y me ha encantando. ¡Cuánto me identifico en muchos de mis actos con el granjero!
¡Un abrazo y feliz Navidad!
Y el que no se identifique que tire la primera piedra. Gracias, José Alberto y felices fiestas, P.