Dedicado a mi hijo Matías. La primera parte aquí.
En la última década, por mi trabajo, tengo la oportunidad de encontrarme con notable intimidad con hombres adultos exitosos, que desempeñan cargos profesionales relevantes al frente de grandes organizaciones, que están totalmente atrapados por la motivación de conseguir más y más cosas, ambición que se ha ido alimentando por esa sensación de no ser suficiente, de no creer valer lo que se espera de ellos, por ese sentimiento del que te hablaba de que en cualquier momento van a descubrir que no sirven y son un fraude. Y ello lleva a una ansiedad y frustración existencial que puede acabar también en depresión.
Y la manera que encuentran muchos de paliar o compensar esa ansiedad y frustración es desplegando comportamientos compulsivos y adictivos, relacionados con el propio trabajo, con el alcohol u otras drogas, con el ejercicio físico, con el sexo… Cualquier cosa realizada con compulsión y obsesión sirve con tal de no sentir o conectar con la profunda angustia, tristeza o frustración que implica el sentir que uno no está a la altura de los modelos internalizados.
Y así, querido Matías, se construyen armaduras que permiten evitar cualquier tipo de vulnerabilidad. Porque sentir los sentimientos sin contar con las herramientas para gestionar esos sentimientos puede hacer que te sientas un completo inútil. Y ningún hombre quiere sentirse un inútil.
Y en muchos hombres ello es el inicio de un ciclo vicioso donde los sentimientos reprimidos se manifiestan en comportamientos disfuncionales como los que he apuntado o con la necesidad de seguir tratamientos farmacológicos que alimentan los sentimientos de no valía, de fracaso personal; y el ciclo continúa. Y no pasa mucho tiempo en la vida de estos hombres antes de que se den cuenta de que las estrategias de represión, sean cuales sean, empiezan a fallar. Y el rechazo y el odio hacia uno mismo empieza a crecer, a ser alimentado. Para una parte de ellos el final de su existencia puede que no esté lejos.
El proceso de sanación empieza cuando estamos dispuestos a empezar a sentir los sentimientos, no reprimirlos, y a procesar cualquier sentimiento de culpa o de vergüenza. Y ello requiere una enorme valentía así como apoyo por parte del entorno. Y con apoyo profesional si es posible. Se necesita estar dispuesto a mostrar debilidad y vulnerabilidad, estar dispuesto a abrirse y admitir todos esos sentimientos aprendidos de inadecuación, de no valía, de insuficiencia, así como la culpa y vergüenza asociadas.
Se trata de desmontar una programación que se ha realizado durante toda la vida y que se ancla en una idea de hombre que existe desde hace siglos, si no milenios. Aunque los beneficios de hacer ese camino son enormes, pocos son los hombres dispuestos a ello.
Paradójicamente es cuando asumimos nuestra vulnerabilidad, nuestra insuficiencia, cuando empieza el camino hacia la libertad, hacia la sanación emocional, hacia el poder abrazar una idea de hombre mucho más coherente con nuestra naturaleza.
La vulnerabilidad señala nuestra imperfección y promueve la aceptación de nuestra humanidad. La vulnerabilidad es el encuentro sereno con lo desconocido, con la incertidumbre. Es estar dispuesto a asumir el riesgo y quedar expuesto. Es estar abierto a ser juzgado, a ser ridiculizado y quizá a vivir el abandono. Es tener la valentía para afrontar nuestra insuficiencia y vergüenza.
Se trata de enfrentar demonios internos y empezar a pelar la cebolla capa a capa. De enfrentarse a la propia sobra. Yo mismo, querido hijo, siendo psicólogo y dedicándome profesionalmente al desarrollo del carácter, al desarrollo de líderes, a la transformación personal, vivo con gran dificultad y estrés este proceso de sanación. Entiendo cada vez mejor, tanto racionalmente como emocionalmente, lo que me ocurre a mí y lo que les ocurre a otros, pero me cuesta esfuerzos ímprobos el avanzar en esa conquista personal de la vulnerabilidad, de mi humanidad…
Y esas dificultades tremendas vienen del hecho de que yo, como todos los hombres, cuento con refinados y elaborados mecanismos de negación y resistencia, con máscaras, armaduras y escudos para ‘protegerme’, racionalizando lo que sea necesario. Después de todo hay que sobrevivir y seguir funcionando.
La recompensa por recorrer ese camino y vivir esa reconquista es sentirse más vivo, más en plenitud, más satisfecho con uno mismo y con la vida, disfrutar más, conectar más, amar más, vivir con más valentía y empatía hacia uno mismo y los demás. Es un camino fundamental para sacar y mostrar al enorme líder que todos tenemos dentro.
No tardes en empezar el camino, querido hijo. Aunque también has de saber que siempre es un buen momento para emprenderlo. La paternidad fue uno de los estímulos más importantes que tuve yo para ponerme más serio en el empeño. Y recuerda que, esté donde esté, aquí o más allá, siempre estaré presto para acompañarte en ese proceso.
Te quiero mucho, P.
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3 Comments
Hola. Mi hermana Leire me ha sugerido leerte y me alegro que lo haya hecho. Es tan bonito que un padre de estas referencias a su hijo que me emociono. Yo voy de duro por la vida y cuando muestro vulnerabilidad no suele ser bien vista. Ultimamente he arriesgado y sentido mas de lo que suelo, y me he sentido tan vivo y vulnerable a la vez que no sé qué hacer. Frente al abandono suelo volver a mi coraza de superheroe pero esta vez no me apetece nada. Gracias por tu reflexión. Abrazo.
Estimado Aitor;
Gracias por tu comentario. Somos mayoría los que sin querer vamos con frecuencia de duros por la vida. Y celebro que estés experimentando el arriesgar, el salir de tu zona de confort, el experimentar sensaciones diferentes aunque a veces duela. ¡Vale la pena! Abrazo, P.
gracias por compartir este tema, soy consejero matrimonial y estaba preparando algo sobre la vulnerabilidad en el varon, muy bueno, de nuevo gracias.