En 1930 dos hermanos jóvenes, Richard y Maurice, se mudaron de New Hampshire a California en busca del sueño americano. Tras acabar la secundaria veían pocas oportunidades en su lugar de origen y se fueron a Hollywood donde empezaron a trabajar en un estudio de sonido para el cine. Después de un tiempo, su ambición, su espíritu emprendedor y el interés en la industria del espectáculo les haría abrir un teatro en Glendale, un lugar muy cerca de Hollywood. Pero a pesar de sus titánicos esfuerzos, Richard y Maurice no pudieron hacer su teatro rentable.
En 1937 los hermanos abrieron un pequeño restaurante drive-in en Pasadena, muy cerca de Glendale. Aquella época fue el boom de los coches entre la clase media y la gente empezó a ser muy dependiente de ellos. Los restaurantes drive-in surgieron por todas partes. En estos restaurantes los clientes estacionaban y hacían sus pedidos desde el coche, en los que recibían y comían la comida en bandejas, sin bajarse. Dentro del coche la comida era servida en platos de porcelana con sus vasos de vidrio y cubiertos metálicos.
El pequeño restaurante Dick & Maurice’s fue un gran éxito. En 1940 lo trasladaron a San Bernardino, una ciudad entonces en pleno auge y de clase media, ubicada a unos 80 kilómetros de Los Angeles. Construyeron un restaurante más grande y ampliaron su menú original de hot dogs, patatas fritas y batidos para incluir carne asada, sándwiches, hamburguesas y algunas opciones más. Su negocio explotó. La facturación anual alcanzó los 200.000 dólares, de los que los hermanos se repartían en dividendos unos 50.000. Son cantidades que en aquella época los situaba al frente de la elite financiera del momento.
En 1948 su experiencia e intuición les dijo que los tiempos estaban cambiando e hicieron notables modificaciones en el concepto de restaurante. Eliminaron los camareros del parking y empezaron a servir a los clientes en el interior. Redujeron su menú y se centraron en la venta de hamburguesas. Eliminaron los platos de cerámica, la cristalería y los cubiertos de metal, y empezaron a utilizar todo material desechable, principalmente plástico y cartón. Redujeron sensiblemente sus costes así como los precios. También crearon lo que llamaron el sistema de servicio Speedy: su cocina se volvió como una cadena de montaje, con procesos detallados donde cada persona se centraba en servir rápido. El objetivo era cumplir con el pedido de cada cliente en menos de un minuto. Y lo lograron.
A principios de los 50 sus ingresos anuales alcanzaron los 350.000 dólares y para entonces Richard y Maurice se repartían más de 100.000 dólares netos cada año. ¿Quiénes eran estos hermanos? Frente a su restaurante había colgado un letrero de neón que decía McDonald’s Hamburguers. Dick y Mac McDonald habían conseguido el sueño americano. Y quizá creas que el resto de lo que ocurrió, como se suele decir, es historia, ¿no? Pues no es así.
Los hermanos McDonald nunca fueron empresarialmente más lejos de aquel rentable restaurante porque a pesar de ser brillantes gestores su débil liderazgo les limitaba para ir más allá. Eran excelentes en su negocio, en su restaurante. Pero eran pobres líderes para construir lo que hoy todos conocemos como McDonalds.
Dick y Mac eran ambiciosos, sin duda. Desde jóvenes su sueño era conseguir un millón de dólares a los 50 años para poder retirarse o vivir más tranquilos. Sin embargo no eran visionarios, no sabían cómo llevar su fórmula de éxito a otro nivel. El concepto de franquicia ya existía desde hacía tiempo y ellos tenían una idea de lo que podían llegar a hacer. Pero no fueron capaces de hacerlo.
Puedes leer aquí el final de esta historia desbordante de talento que tan bien muestra la diferencia entre management y liderazgo.
Sé feliz, P.
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